Jesús respondió y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Entonces los judíos dijeron: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días? Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado. (Juan 2.19–22 LBLA)
«Sus discípulos se acordaron... y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado». Después de la muerte del Señor Jesús y de su resurrección, sus discípulos recordaron y por fin pudieron entender las palabras del Señor: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Si nuestra fe ha de crecer, nosotros también necesitamos recordar la cruz y la tumba vacía. Digo esto, porque el Señor Jesús estableció un memorial para su muerte, uno que llamamos la cena del Señor o la santa cena. Y al igual que pasó con los discípulos, el Señor sabía que nuestra fe y esperanzas se fortalecerían cuando recordáramos lo que Él hizo por nosotros. Por eso es que dijo: «haced esto en memoria de mí» (1 Corintios 11.24). Por lo tanto, cada vez que nos reunimos a comer del pan y beber de la copa, recordamos lo que le costó redimirnos, esto es, la vida del autor de la vida.
No obstante, el verdadero creyente no vive únicamente de recuerdos, sino de la esperanza cierta de un futuro glorioso junto a aquel que lo redimió. Por eso es que tenemos que participar del pan y la copa «hasta que Él venga» (1 Co 11.26). Sí, aquel que un día murió en la cruz y al tercer día volvió a la vida, prometió volver por nosotros. Es por eso que cuando pensamos en nuestros seres queridos que han partido con el Señor, vemos más allá de los sepulcros, ya que con los ojos de la fe vemos aquel día en el cual las tumbas se abrirán, y tal como dijo Dios a través del apóstol Pablo:
Pues el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán primero. Entonces nosotros, los que estemos vivos y que permanezcamos, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos con el Señor siempre. (1 Tesalonicenses 4.16–17 LBLA)
Tal vez derramemos lágrimas hoy al recordar a los que han muerto; pero cuando recordamos la muerte y resurrección de Cristo, nuestra fe y esperanza se renuevan. Podemos estar seguros de que porque Cristo vive, nosotros también viviremos.
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