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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Reconocer nuestra condición



Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16)


«Era un niño sin problemas; el domingo iba de buena gana a la iglesia. Pero al crecer me di cuenta de que no podía conformarme con una fe de imitación. Entonces fui a una conferencia sobre la Biblia. Allí comprendí que Dios es un Dios Salvador y que su Palabra era muy clara sobre el destino del hombre. En esa época yo creía que solo después de la muerte sabríamos si seríamos salvos o no, en función de nuestra vida, y más concretamente, de nuestra conducta. Sin embargo, al leer el versículo 16 del capítulo 3 del evangelio según Juan, repentinamente tomé conciencia de que sin Dios estaba perdido».


Entender esta realidad, que el ser humano sin Cristo está «muerto en sus delitos y pecados» (Efesios 2:1), es absolutamente necesaria para el genuino arrepentimiento y alcanzar la salvación por fe. Si usted no se considera un pecador, entonces creerá que la salvación gratuita del alma que nos ofrece Dios no es para usted, ya que el Señor Jesús dijo: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Lucas 5:32).


Cuán importante es conocer que a los ojos de Dios no somos más que seres caídos, sumidos en pecado con corazones que van «de continuo solamente al mal» (Génesis 6:5). Pero también es hermoso pensar que a pesar de aquella condición tan deplorable, Dios nos provee de salvación para nuestras almas de manera gratuita. Aunque, ¡cuidado! No creer en Cristo por la fe para salvación del alma nos deja expuestos a una condenación eterna:


El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. (Juan 3:36)


En conclusión, debemos reconocer nuestra condición pecaminosa que nos lleva a la condenación eterna del alma para así poder «correr a los brazos» del Salvador Jesús, quien está dispuesto a perdonarnos.


Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera [énfasis añadido]. (Juan 6:37)


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