Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. (Efesios 1.3–6 RVR60)
Mis hermanos, quien no ha pasado por tiempos oscuros en los que no sentimos la presencia de Dios, en los que nos sentimos lejos e incluso cansados y hasta deprimidos. Esto nos pasa porque tantas veces ponemos atención a diferentes voces que nos dicen: «No eres nadie», «nadie te quiere», «no sirves para nada», «¿quién te crees que eres?», «no mereces nada», «¿quién se cree para tratarte así?». etc. Estas son voces equivocadas, voces que vienen de nuestros enemigos: Satanás, el mundo y nuestra carne. Pero nos olvidamos de escuchar la única voz que deberíamos oír.
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. (Juan 10.27 RVR60)
La voz de nuestro Pastor celestial, es la única voz a la que deberíamos poner atención, porque nos dice la verdad, pues no miente (Números 23.19; Tito 1.3). Quizás alguien diga, ¿y cómo puedo oír su voz? ¿Qué dice acerca de mí? Para poder oír la voz de Dios, debemos pasar tiempo a la luz de las escrituras oyendo lo que Dios tiene que decirnos. Y en cuanto a lo que dice acerca de nosotros, lo que somos y tenemos, lo podemos encontrar, por ejemplo, en los dos primeros capítulos de Efesios. Le recomiendo que haga el ejercicio de anotar todo lo que dice que usted es.
En la película cristiana Vencedor (Overcomer), la protagonista le pregunta a su entrenador, diciendo: —Pregúntame quién soy. A lo que él dice: —¿Quién es Hannah Scott? Y ella responde: —Fui creada por Dios (Efesios 2.10), Él me diseñó (Salmos 139.16), así que, no soy un error. Su Hijo murió por mí (Romanos 5.8), solo para que yo pudiera ser perdonada. Él me eligió para ser suya (Efesios 1.4), así que, soy elegida. Él me redimió (Tito 2.14), por eso soy amada. Me mostró su gracia (Efesios 2.8), solo para que pueda ser salva. Él tiene un futuro para mí, porque me ama (Juan 3.16). Así que, ya no me pregunto quién soy, pues soy una hija de Dios (1 Juan 3.1).
Así que, mis hermanos, no permitamos que otras voces nos digan lo que somos o no somos, porque como ya mencioné, la única voz que debemos escuchar es la de nuestro Dios y Salvador, Jesús, pues es en Él en quien encontramos nuestra verdadera identidad y valor.
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