Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. (Romanos 4:4–5)
Un hombre creía que tenía posibilidades de ir al cielo porque, según decía, siempre había sido un buen marido, buen padre, y nunca había hecho mal a nadie de manera intencional. Entonces un predicador le preguntó qué idea se hacía del cielo.
—Es un lugar de reposo donde no hay ni un mal, ni tristeza, ¡donde se canta con felicidad! —Dijo aquel hombre.
—En efecto —Contestó el predicador. En el cielo se canta este cántico: «El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza» (Apocalipsis 5:12). —Aquellos que cantan no dicen nada de lo que hicieron, nada de sus méritos; solo evocan lo que el Señor Jesús hizo por ellos. Él los amó y los lavó de sus pecados con su sangre. Murió para darles vida. Si usted piensa entrar en el cielo porque fue bueno con su familia y no hizo mal a nadie, no podrá cantar este cántico. Para poder hacerlo es necesario haber creído en Jesucristo como el salvador personal de uno, experimentando así la gracia inmerecida que nos da Dios. En otras palabras, es necesario haber sido salvado por gracia, no por obras.
Después de un rato de silencio, el hombre respondió: —Nunca había pensado en esto. Entonces fue consciente de que a pesar de todo el bien que había hecho, era un pecador y necesitaba a un Salvador. Creyó en el Señor Jesús y su obra perfecta en la cruz. Este hombre estará entre los que entonarán aquel cántico celestial, dándole gloria a su Señor. ¿Estará usted allí?
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