Hoy es un día domingo, el día en el que el Señor resucitó desde la tumba. Y durante la semana, mientras meditaba en la maravillosa persona de Cristo, no pude evitar pensar en cuánto dejó el Señor para venir a este mundo y cuánto es lo que he dejado yo por Él, por así decirlo, haciendo una comparación; debo decirlo, ¡qué poco he hecho si me comparo con el Señor!
Mientras meditaba en esto, también me pregunté si los creyentes de hoy en día dejamos alguna cosa por Él (ahí cada quien responda con una mano en el corazón). Leámos el ejemplo del Señor, el cual nos describe Pablo:
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2.5–9 RVR60)
Es interesante ver que los cristianos de hoy nos hemos amoldado tanto al mundo que el cristianismo se volvió como una especie de pasatiempo y el Señor ya no es el motor de nuestra vida. Es más, si miramos los evangelios, el modelo que el Señor instauró para su iglesia era muy diferente al que conocemos hoy en día, me refiero al compromiso y la entrega total de la iglesia del primer siglo. Y tal como se lee en los versículos de más arriba, nuestro Señor lo dio todo, dejó toda su gloria, su majestad, las alabanzas de los seres angélicos, etc. para venir a este mundo y morir por nosotros.
Reitero la pregunta ¿qué estamos dejando nosotros, como creyentes, por causa de Dios? En otras palabras ¿cuáles serían nuestros sacrificios para Dios? Porque tal fue su entrega que se dio a sí mismo como sacrificio por nosotros. Ojo, no estoy llamando a la autoinmolación, sino que los invito hermanos a pensar qué estamos dando y qué estamos haciendo por nuestro Señor y Salvador ¿siquiera hacemos algún esfuerzo por servir al Señor? Porque recordemos lo que nos dice su Palabra:
Por lo tanto, amados hermanos, les ruego que entreguen su cuerpo a Dios por todo lo que él ha hecho a favor de ustedes. Que sea un sacrificio vivo y santo, la clase de sacrificio que a él le agrada. Esa es la verdadera forma de adorarlo. No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta. (Romanos 12.1–2 NTV)
Imitemos a Jesús y seamos siervos fieles que buscan ser como su Señor y Salvador, que es nuestro llamado (Efesios 5.1)
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