Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo. (Mateo 26.34–35 RVR60)
Cuando leo estos versículos me hacen pensar ¿qué habría hecho o dicho en ese momento? Porque Pedro no murió al lado del Señor. Lo cierto es que el apóstol estaba dispuesto a morir peleando, o por lo menos, eso nos da a entender su actitud en el huerto de Getsemaní:
Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete la espada en la vaina. La copa que el Padre me ha dado, ¿acaso no la he de beber? (Juan 18.10–11 LBLA)
Muchos han criticado la actitud de Pedro al negarle, pero pregunto, ¿qué habría hecho usted en esa misma situación? Digo esto, porque es fácil que juzguemos desde la comodidad de nuestros hogares y nuestras vidas sin peligro inminente que amenace nuestras vidas. Probablemente, Pedro, sí tenía fe para morir al lado del Señor, quizás luchando con una espada en la mano, pero no de la manera que Dios quería que batallara.
Lo cierto es que nuestro instinto de supervivencia es más fuerte que nuestro raciocinio o sentimientos. Cierto astrólogo, durante el reinado de Luis XI de Francia, predijo algo que desagradó al rey, quien resolvió hacerle asesinar. Al día siguiente le envió a buscar y ordenó a sus cortesanos que a una señal suya arrojaran al astrólogo por la ventana. —Tú, que pretendes —dijo el rey— ser tan sabio, que puedes decir lo que ocurrirá en mi reino dentro de mucho tiempo, ¿conoces tu propio destino y hasta cuándo tienes que vivir? El astrólogo, previniendo el significado de las palabras del rey, contestó con gran aplomo: —Conozco ciertamente mi destino, y sé que moriré tres días antes que vuestra majestad. El supersticioso rey, asustado por esta respuesta, no solamente no mandó arrojarle por la ventana, sino que hizo todo lo posible para retardar su muerte, ordenando le cuidasen con todo esmero.
Mis hermanos, no podemos juzgar a los apóstoles por haber actuado como lo hicieron, primero, porque ninguno de nosotros se ha visto en una situación como la de ellos, y segundo, porque uno de los instintos más básicos del ser humano es el de autopreservación, tal como se deja ver en la ilustración de más arriba. Esa es la razón por la cual dicen las escrituras: «Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron» (Mateo 26.56 RVR60). Pero vuelvo a preguntar, ¿qué habría hecho usted si hubiera estado en su lugar?
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