Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. (Lucas 12.13–21 RVR60)
El Señor, en este capítulo 12 de Lucas estaba hablando de espirituales, revelando secretos de Dios, ocultos a los hombres y en eso uno de la multitud lo interrumpe diciendo: «Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia». Claro, ese hombre no podía esperar a que el Señor terminara de hablar sobre el cielo, la salvación, el temor a Dios, el perdón, etc. ¡No! Él quiere que el Señor llegue a lo «bueno». Este era un hombre materialista, sin interés en lo espiritual. No le importa lo que no puede ver. Él vive en la tierra y le importan las cosas de acá, no las del cielo.
Ahora le pregunto a usted, ¿qué le preocupa más que el destino eterno de su alma? ¿Le interesa lo material? ¿Quiere ser rico? Lea los siguientes versículos: «Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores» (1 Timoteo 6.9–10 RVR60). Y las escrituras también dicen: «El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto» (Eclesiastés 5.10). Y en otra parte dice: «Las riquezas desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, porque les saldrán alas y se irán volando como las águilas» (Proverbios 23.5 NTV).
En una revista deportiva se resumía la vida de un antiguo entrenador de baloncesto y narrador bien conocido de Estados Unidos, el cual había ganado muchos premios nacionales. Durante gran parte de su vida había estado obsesionado con ganar. Sin embargo, cuando enfermó de cáncer cayó en cuenta de que todas las posesiones materiales y el éxito no sirven de nada. Decía: «Uno se enferma y se dice a sí mismo: —Los deportes no significan nada—: eso es terrible». Este hombre había abandonado a su familia con tal de alcanzar la fama y el éxito, pero al final de su vida se dio cuenta de cuánto la desperdició persiguiendo cosas sin valor. Por eso dijo el Señor: «Porque ¿de qué le sirve a uno ganarse todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué puede dar uno a cambio de su alma?» (Mateo 16.26 RVC).
Qué tonto es hacer todos aquellos planes grandiosos olvidándonos de Dios, de los demás y de nuestra propia mortalidad; olvidándonos que un día tendremos que morir.
Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. (Isaías 55.6–7)
Vaya a Jesús ahora mismo. Preocúpese de su alma y no de las cosas de este mundo, porque bien dice su Palabra: «porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar» (1 Timoteo 6.7). No demore, porque así como el hombre rico, podría morir esta misma noche.
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