Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas… Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida. (Santiago 1:2, 12)
Hay una gran diferencia entre «soportar la prueba» y «entrar en tentación». Veamos cada una:
Soportar la prueba conduce a progresar en la fe. Es, en el fondo, un honor que Dios nos concede, pues a través de la prueba nos va moldeando para que seamos más parecidos a su Hijo, Jesucristo. Miremos un ejemplo. Abraham había dejado todo para responder al llamado de Dios, y creyó a Dios cuando todo podría haberlo hecho dudar. Entonces Dios lo puso a prueba y le pidió que sacrificase a Isaac, su hijo único (Génesis 22:1–2). Abraham sabía que Isaac era el hijo prometido por Dios, y se basaba en la certeza que hallamos en Hebreos: «pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos» (Hebreos 11:19). Soportar la prueba también significa salir victorioso, por medio de la fe, en una situación difícil, habiendo confiado únicamente en Dios y no en nosotros mismos.
Por el contrario, entrar en tentación es dejarse vencer por el mal y ceder al pecado que mora dentro nuestro, puesto que dice su Palabra: «cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (Santiago 1:14–15).
Ceder ante la tentación, en otras palabras, es dejarnos llevar por las inclinaciones de nuestra naturaleza carnal, y esto nos conduce a hacer lo opuesto a la voluntad de Dios. ¡Entonces la derrota es inevitable! Ese fue el caso del apóstol Pedro cuando se sentó en medio de los enemigos del Señor: dejó su lugar de testigo y luego negó a su Maestro (Lucas 22:55–62).
De ahí que sea tan importante el mandamiento que nos da el Señor: «Velad y orad, para que no entréis en tentación» (Mateo 26:41). En la medida que estemos alertas de no ceder ante la carne, orando en todo tiempo, no entraremos en tentación, ni cederemos al mal. Esta es la «receta para el éxito» que nos da Dios. Y si bien, todos los días tenemos que enfrentar diversas pruebas o tentaciones, mas por gracia, Dios nos permitirá salir victoriosos si le obedecemos en lo que nos manda y confiamos en sus promesas y en su poder.
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