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Prontos para oír



Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. (Romanos 12.15–16 RVR60)


La naturaleza humana es egoísta, siempre pensamos en nosotros mismos y no en los demás. Debido a nuestro egoísmo carnal miramos (y muchas veces juzgamos) las situaciones que otros viven desde nuestra «propia vereda», sin tratar siquiera de ponernos en el lugar de nuestro prójimo.


A la actriz Diane Kruger le ofrecieron un papel que la haría famosa. Pero eso requería que representara a una esposa y madre joven que experimentaba la pérdida del marido y de un hijo, y ella nunca había atravesado personalmente una pérdida de tal magnitud. No sabía si podría ser creíble. De todos modos, aceptó, y para prepararse, empezó a asistir a reuniones de apoyo para personas que estaban recorriendo el valle del dolor extremo.


Al principio, ofrecía sugerencias e ideas cuando el resto del grupo compartía sus historias. Como la mayoría de nosotros, quería ser útil. Pero poco a poco, dejó de hablar y, simplemente, empezó a escuchar. Solo entonces comenzó a aprender de verdad a ponerse en el lugar del otro. Y tal comprensión se produjo al usar sus oídos.


Así como esta mujer, nosotros como creyentes, debemos aprender a oír atentamente, sin hablar, solo escuchando lo que una persona nos está diciendo. Esto no es mío, ni se me ocurrió a mí, es lo que la Palabra de Dios nos dice:


Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar. (Santiago 1.19 RVR60)


Como somos dados a no escuchar, Dios tiene que reprendernos, tal como lo hizo el profeta Jeremías con el pueblo del reino de Judá, quienes se rehusaban a utilizar sus «oídos» para escuchar la voz del Señor.


Anunciad esto en la casa de Jacob, y haced que esto se oiga en Judá, diciendo: Oíd ahora esto, pueblo necio y sin corazón, que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y no oye. (Jeremías 5.20–21 RVR60)


Así que, hermanos, pidámosle al Señor que nos haga prontos para oír y muy lentos para hablar. Ya que primeramente debemos estar siempre atentos a la voz de Dios a oír lo que Él nos tenga que decir; no siguiendo el ejemplo de Israel. Y también pidamos que seamos prontos para oír a nuestros semejantes.


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