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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Promover la unidad



Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos. (Proverbios 6.16–19 RVR60)


El lenguaje de estos versículos es duro, pues enumera siete cosas que el Señor realmente detesta y aborrece. Esta lista de siete cosas termina con «el que siembra discordia entre hermanos». Este pecado se menciona porque destruye la unidad que Cristo desea para sus seguidores, porque bien dijo Él:


Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. (Juan 17.21–22 RVR60)


Puede que aquellos que siembran discordia tal vez no busquen crear división, porque posiblemente no lo hacen a propósito. Por ejemplo, pensemos en la discusión de los pastores de Lot con los de Abram (Génesis 13.1-18), o en la de los discípulos de Cristo sobre cuál de ellos era el mayor (Lucas 9.46). Aunque en las escrituras sí encontramos casos de aquellos que sembraban discordia, como el de «los grupos separatistas» de la iglesia de Corinto, a los cuales el apóstol Pablo les dijo:


Porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? (1 Co 3.3–4 RVR60)


Entonces, ¿cuál es la mejor manera de promover la unidad? A decir verdad, comienza con un corazón transformado por el Espíritu Santo. Cuando desarrollamos un corazón humilde como el del Señor (Mateo 11.29) y nos concentramos en servir a los demás, siguiendo el ejemplo que nos dejó (ver Filipenses 2:5-11). Solo en Él, podemos acceder al poder para «no [mirar] cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros» (v. 4). Cuando aprendemos a considerar a los demás como superiores a uno mismo (Filipenses 2.3); y especialmente cuando obedecemos el mandato del Señor cuando nos dice:


Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. (Juan 13.34–35 RVR60)


Y como nos aclaró el apóstol Juan en su primera carta, debemos amar a nuestros hermanos, porque de no hacerlo somos homocidas: Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. (1 Juan 3.14–15 RVR60)


Si hacemos lo que Dios nos manda, en poco tiempo, las necesidades y las esperanzas de los demás nos resultarán más importantes que las nuestras. Y al desarrollar lazos de amor unos con otros, descubrimos que el gozo y la unidad sustituyen a la discordia.


Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! (Salmos 133.1 RVR60)


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