Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (2 Timoteo 1:9–10)
La muerte está presente en todas partes y ronda sobre nuestras cabezas, porque como se dice comúnmente: «La muerte es parte de la vida». Aunque claro, los seres humanos tratamos de no pensar en ella, pero eso no cambia nada, pues de todas formas un día hemos de partir de este mundo. Esa fue la sentencia de Dios sobre la raza humana debido al pecado cometido en el huerto de Edén:
Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. (Génesis 3:19 RVR60)
En contraste, Jesús, el Hijo de Dios, es llamado «el autor de la vida» (Hechos 3:15). Él no estaba sujeto a la muerte, la cual es el juicio contra el pecado (como ya mencioné), por la Palabra de Dios lo describe diciéndo que Él es «santo, inocente y sin mancha» (Hebreos 7:26). Entonces, ¿por qué murió Jesús? Dejemos que las escrituras respondan a esta pregunta, pues dicen que: «Cristo murió por nuestros pecados» (1 Corintios 15:3). También dice:
Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8 RVR60)
Por lo tanto, Jesús, el único hombre perfecto, sin pecado y que jamás hizo «ningún mal» (Lucas 23:41), no merecía la muerte, sin embargo, con ella nos liberó «a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (Hebreos 2:15). No obstante, a pesar de que Él puso su vida –ya que nadie se la quitó, sino que Él voluntariamente la puso (Juan 10:18)–, es decir, que murió; no permaneció en el sepulcro, sino que resucitó al tercer día.
Hoy está sentado a la diestra de Dios Padre (Efesios 1:20), y justifica a aquellos que creen en esa obra perfecta que consumó en la cruz del Calvario (Romanos 4:25), dándoles vida eterna a todos quienes depositan su fe en Él como salvador. ¡Esta es la maravillosa respuesta a la pregunta del título! Cristo murió para librarnos del pecado y de la condenación eterna de nuestras almas.
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