Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria. (2 Corintios 4:17)
«Todos los que me rodean tienen una buena salud y yo sufro de una enfermedad cada día más incapacitante, sin esperanza de curación. ¿Por qué me tocó a mí y no a los demás? ¿Qué he hecho para sufrir tanto?». A menudo surgen estas pregunta cuando pasamos por dificultades. En esos momentos la vida parece injusta. Para algunos ella se desarrolla sin problemas ni preocupaciones; en cambio, para otros las dificultades se acumulan. El apóstol Pablo dijo:
Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. (Romanos 8:18)
En el Antiguo Testamento, Job, que pasó por una prueba muy grande al perder todos sus bienes, sus hijos y su salud, dijo: «¡Oh, que pesasen justamente mi queja y mi tormento, y se alzasen igualmente en balanza! Porque pesarían ahora más que la arena del mar; por eso mis palabras han sido precipitadas» (Job 6:1-3). Si vemos las cosas solo desde el punto de vista de nuestra vida aquí en la tierra, todo parece causar desánimo. Pero Dios nos ama, es sensible a nuestras angustias y quiere que veamos más allá de las cosas visibles, «pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:18).
Desde la perspectiva divina, el sufrimiento cobra otro sentido. Lo que para el incrédulo es una injusticia, para el creyente que confía en Dios es una prueba que se convertirá en motivo de «alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo» (1 Pedro 1:7). Mediante los versículos de hoy, el apóstol Pablo anima a todos los que sufren. En medio de sus numerosas pruebas fue sostenido por la certeza de que Dios lo amaba y por las perspectivas eternas que reserva a los creyentes.
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