Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar. (1 Pedro 5:8)
Los creyentes en Cristo, tenemos tres enemigos: La carne (el viejo hombre), Satanás y el mundo. Pero ¿alguna vez se ha preguntado por qué el diablo nos odia? ¿Por qué es nuestro enemigo? ¿Qué le hicimos los seres humanos para que nos desprecie tanto y desee destruirnos? Las razones la encontramos en el Antiguo Testamento. Los eruditos concuerdan que tanto en Isaías 14 (que habla sobre el rey de Babilonia) como en Ezequiel 28 (que habla sobre el rey de Tiro), Dios está hablando sobre el maligno. En ambos pasajes vemos características del Satanás:
Era sello de perfección, lleno de sabiduría y acabado de hermosura (Ez 28:12). Era un querubín protector y estaba en el monte de Dios (Ez 28:14). Sin embargo, su corazón se enalteció a causa de su hermosura y corrompió su sabiduría a causa de su esplendor (Ez 28:17). Deseó ser semejante a Dios y sentarse en un trono junto a Él (Is 14:13–14). Y fue debido a su codicia y soberbia, que fue echado del cielo (Ez 28:16–17). ¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? La verdad es que mucho, pues nuestra existencia lo humilla.
Satanás nos odia porque somos todo lo que él no puede ser ni tener. Primeramente, los seres humanos fuimos creados a la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26–27), y él deseaba ser semejante a Dios En Isaías 14:14, al final del versículo dice: «y seré semejante al Altísimo»; este es su mayor anhelo. En segundo lugar, los seres humanos, podemos engendrar vida —así como Dios que es el dador de la vida—. Dios les dijo a Adán y Eva: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Génesis 1:28). Mientras que Satanás, no puede reproducirse ni engendrar vida, pero seres tomados del polvo de la tierra sí pueden hacerlo, lo cual es una humillación para él.
La tercera razón por la que nos aborrece, es porque, a pesar de ser pecadores, Dios nos perdona. Es más, Dios mismo vino y murió por nosotros con tal de darnos la Salvación de nuestras almas. Mientras que a él, siendo tan hermoso, modelo de perfección y sabio, no se le concedió, pues es algo que el diablo no tiene. Ciertamente, nosotros no merecemos el perdón de nuestros pecados, pero, aun así, lo recibimos. Y seguramente, Satanás piensa que él sí es merecedor de dicho don, sin embargo, no lo tiene. Por estas razones es que el maligno nos aborrece tanto, y por eso desea tan fervientemente destruir a los seres humanos y arrastrarlos con él al lago de fuego.
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