Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46)
Este clamor está en el centro de las siete frases que el Señor Jesús pronunció en la cruz. Esta frase la dirigió a Dios y no a su Padre. La pronunció después de haber atravesado las tres horas de expiación. Allí, identificado con el pecado, el Señor tuvo que ser abandonado por Dios mientras sufría la sentencia de la justicia divina por el pecado, sobre nuestros pecados:
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5)
No obstante, el clamor de Jesús en la cruz da testimonio de la entera confianza del Señor en Dios, pues oró y le llamó «Dios mío» hasta el final. Cuando Pilato le dijo al Señor: «¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?»; el Señor le respondió: «Ninguna autoridad tendrías contra mí, sino no te fuese dada de arriba» (Juan 19:10–11).
Aunque el Señor Jesús estaba en una cruz muriendo por causa de sus criaturas pecadoras, nadie le quitó la vida, pues dijo: «Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar» (Juan 10:18). Estos acontecimientos se desarrollaron en la tierra, y los hombres parecen ser los actores de la muerte del Señor. Pero en realidad la obra de expiación en la cruz es totalmente la obra de Dios.
La muerte de Jesucristo es única; pues al final de su vida exclamó: «Consumado es» (Juan 19:30), inclinó la cabeza y entregó su espíritu al Padre. Su muerte es totalmente diferente a la de los demás hombres, para quienes esta pone fin a sus existencias. Mientras que la muerte del Señor Jesús tiene otro sentido, pues Él se ofreció a sí mismo como sacrificio a Dios para satisfacer su justicia, porque Él era sin mancha, sin pecado, por lo tanto, era el único apto para tal acción. Tras lo cual se levantó de la tumba al tercer día, siendo su resurrección la esperanza de todos los creyentes en Él.
El desamparo del Señor hizo posible que nosotros, criaturas pecadoras, fuésemos amparados por Dios. Esa es la razón por la cual el Señor murió en la cruz.
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