Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. (Salmos 115:4–7 RVR60)
Dos hombres de Texas, EE.UU., en donde el clima se categoriza como continental, el cual no es frío; fueron en invierno a pescar sobre hielo en Minnesota (estado ubicado al norte del país, en el cual los inviernos son bastante fríos). Después de colocar su tienda, jalaron el cordón de su sierra de cadena para hacer un agujero en el hielo. De pronto escucharon una voz misteriosa desde lo alto que les dijo: «no hay peces debajo del hielo». «¿Eres tú Dios?» —preguntaron los hombres llenos de asombro. «No —fue la respuesta de la voz—, pero sé que no hay peces debajo del hielo, porque soy el dueño de esta pista de patinaje».
Algo similar ocurre con las personas que adoran dioses falsos que no son el único Dios verdadero, se parecen a los que pescan sobre hielo en una pista de patinaje. Sin importar el esfuerzo que haga el ser humano en honrar a sus dioses, de nada sirve si es que esa adoración no va dirigida al único Dios. Por ejemplo, los idólatras en el tiempo del profeta Isaías gastaban grandes sumas de dinero cubriendo con oro y plata sus imágenes talladas (Isaías 40:19–20). Se arrodillaban y adoraban lo que ellos mismos habían creado con sus manos, pero tal como dice en los versículos del encabezado: «Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta». Entonces, parecía que estaban adorando a Dios, pero su adoración era tan inútil como pescar en una pista de patinaje.
Al único dios que el ser humano debe adorar es Dios, pues Él así lo mandó: «No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso» (Éxodo 20:3–5). Nuestro gran Dios nunca podrá reducirse a una imagen hecha por manos humanas; porque Él es «el Dios eterno… Jehová, el cual creó los confines de la tierra» (Isaías 40:28). Y desea que sus criaturas le adoremos en espíritu y en verdad (Juan 4:24).
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