Alexis Sazo
Perfectamente Dios, perfectamente hombre

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14)
«Aquel Verbo fue hecho carne», estas cinco palabras describen un hecho único y maravilloso: El Hijo de Dios, es decir, Dios mismo, tomó semejanza de la naturaleza humana y fue hecho un hombre semejante a nosotros en todo, excepto el pecado. La naturaleza divina y la naturaleza humana coexistieron simultáneamente en aquel hombre llamado Jesús. De esta manera es que Cristo pudo llegar a ser el mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5), pues para poder morir en la cruz debía humamarse, pues de otro modo jamás podría haber experimentado la muerte.
Por ser Dios, conocía el amor divino, y porque era hombre, podía ponerlo al alcance de aquellos entre los cuales habitaba. Esto lo realizó a la perfección durante toda su vida, permitiendo que su Padre sintiera toda complacencia en su Hijo Jesucristo (Mateo 3:17), al que Él respondía en todo lo que Dios Padre esperaba.
Mediante su encarnación, el Hijo de Dios, fue el Cordero de Dios que dio su vida para expiar las faltas de los pecadores. Pues como ya mencioné, le fue necesario hacerse hombre para poder morir y cumplir así la obra de redención en el Calvario. Y ahora que ha resucitado, está en el cielo sentado en majestad, esperando el momento en que ha de volver a la tierra a buscar a los suyos.
Su humanidad le permite compadecerse de sus criaturas (Hebreos 4:15), de nuestras debilidades y así manifestar su gracia para con nosotros. Así que podemos acercarnos al trono de la gracia por medio de Él (Hebreos 4:16), a través de la oración, sabiendo que Él nos comprende en todo.
Finalmente, porque Jesús fue hombre perfecto en la tierra, los suyos tenemos en Él un modelo a seguir; y somos invitados a ser sus imitadores (Efesios 5:19 y a adorarle por todo lo que Él es.