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Pequeña causa, grandes efectos



El corazón del justo piensa para responder; mas la boca de los impíos derrama malas cosas. (Proverbios 15:28)


Cuando llega el verano, casi diariamente se produce un incendio devastador en un lugar u otro. A pesar de las campañas de concientización fomentadas por los medios de comunicación, ¡cuántas imprudencias llevan a la destrucción de centenares de hectáreas de bosques, y quizá también de vidas humanas! Una simple colilla arrojada por la ventana del automóvil puede ser el origen de una catástrofe.


La Biblia emplea la imagen del incendio de un bosque para exhortarnos a velar sobre nuestras palabras, tal como dice en Santiago: «¡Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego» (Santiago 3:5–6). Sin duda todos hemos comprobado los efectos opuestos que ellas pueden tener: se puede hacer mucho mal con la maledicencia o la calumnia, pero también se puede llevar consuelo y paz.


El libro de Proverbios está lleno de advertencias con respecto a nuestro hablar. Por ejemplo, dice: «La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor… La palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!» (Proverbios 15:1, 23).


Mis hermanos, nuestras palabras, son escuchadas, repetidas, a veces mal comprendidas o deformadas, y no podemos medir las consecuencias. Una «pequeña» palabra puede hacer un «gran» estrago. Prestemos atención y recordemos lo que el apóstol dijo: «Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (Santiago 3:2).


Velemos también para no ser un medio de propagación del fuego, para ello pidámosle a Dios que nos ayude, porque «ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal» (Santiago 3:8). Necesitamos de la ayuda de Dios, de ahí que debemos decir como el salmista:

Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios. (Salmos 141:3)


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