Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3:13–14)
Con respecto a esto, un hermano lo aplicaba de la siguiente manera. Dijo: «Mi hijo Steve quería ponerse en forma para la próxima temporada de esquí de campo, y yo quería evitar que se me pusiera la carne flácida a causa de mi edad. Así que empezamos a correr todas las noches.
Cuando empezábamos nuestras excursiones estábamos llenos de energía, pero a medida que avanzábamos por el camino, nos íbamos sintiendo cansados y sin deseos de continuar. Decidí que necesitábamos un incentivo para poder seguir. Así que cada noche pensaba en algún premio para el final, algo que mantuviera nuestras mentes, no centradas en el cuerpo, sino en la recompensa. De esta forma, todas las noches nos animaba la idea de recibir un premio por el esfuerzo que hacíamos».
Los creyentes también nos podemos cansar de vivir para Cristo al ceder ante el viejo hombre, anhelando vivir para nosotros mismos y no para Dios. Cuando esto nos pasa, podemos preguntarnos por qué seguimos, o para qué nos esforzamos. La respuesta la hallamos en la carta a los Hebreos:
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. (Hebreos 12:1–2)
Cuando la carrera de la vida nos desanime, recordemos que el mayor incentivo que tenemos como cristianos es lo que nos espera en la meta: poder contemplar a Cristo cara a cara y compartir su gloria por toda la eternidad. Así que si mantenemos esto en nuestra mente, si fijamos nuestros ojos en nuestro Salvador, podremos decir como lo hacía el apóstol Pablo: «prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús».
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