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Penas

  • 22 sept 2022
  • 2 Min. de lectura


Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella (Lucas 19:41)


Penas, el mundo está lleno de estas. Por ejemplo, un niño es objeto de burlas en la escuela. Una viuda recuerda con dolor el día en que su esposo se suicidó. Padres que se afligen a causa de un hijo rebelde. un hombre cuida con amor a su esposa, la cual padece de la enfermedad de Alzheimer, y ni siquiera lo reconoce. Un pastor renuncia porque de él se han dicho malvadas mentiras. una esposa se angustia por la infidelidad de su marido. Penas como esas han hecho que la gente se retire de la vida. También hay personas que sufren que se han ido al extremo opuesto, tratando de perderse a un mar de actividades.


Pero ¿cómo podemos aprender a manejar nuestras penas? Podemos hacerlo mirando la vida de Jesús. Cuando contempló lo que le sucedería a Jerusalén, se le rompió el corazón. Se permitió llorar (Lucas 19:41). Luego continuó la obra que vino a hacer: confrontar el pecado, enseñar a la gente e instruir a sus discípulos. Aunque eso es muy difícil, humanamente hablando. Sin embargo, podemos derramar nuestros corazones delante de Dios, recordando que «los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos» (Salmos 34:15).


Así que, si nos duele el corazón, cualquiera sea la razón, admitamos ese dolor ante nosotros mismos, ante los demás y ante Dios. Echemos nuestras cargas sobre Él (Salmos 55:22). Eso abrirá la puerta para que podamos recibir la ayuda que necesitamos de parte del Señor y la ayuda y las oraciones de las personas que se preocupan por nosotros. Si hacemos esto, más temprano que tarde podremos decir como el salmista:


Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre. (Salmos 30:11–12)


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