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  • Foto del escritorAlexis Sazo

¡Peligro!



Después de estas cosas el rey Asuero engrandeció a Amán hijo de Hamedata agagueo, y lo honró, y puso su silla sobre todos los príncipes que estaban con él. Y todos los siervos del rey que estaban a la puerta del rey se arrodillaban y se inclinaban ante Amán, porque así lo había mandado el rey; pero Mardoqueo ni se arrodillaba ni se humillaba. (Ester 3.1–2 RVR60)


Amán tenía muchísimo poder durante el reinado de Asuero, pero él quería más. Al ver que el judío Mardoqueo no se inclinaba ante él quiso vengarse, pero no se conformó con destruir a Mardoqueo solamente, sino que quiso destruir a todos los judíos que moraban en el reino de Persia. Este anhelo de venganza terminó por costarle su propia vida. Él murió en misma horca que había construido para ahorcar a Mardoqueo:


Y dijo Harbona, uno de los eunucos que servían al rey: He aquí en casa de Amán la horca de cincuenta codos de altura que hizo Amán para Mardoqueo, el cual había hablado bien por el rey. Entonces el rey dijo: Colgadlo en ella. Así colgaron a Amán en la horca que él había hecho preparar para Mardoqueo; y se apaciguó la ira del rey. (Ester 7.9–10 RVR60)


Hoy en día, nosotros también podemos autodestruirnos debido a nuestro orgullo, avaricia, lujuria o sed de venganza. Según Daniel Schaeffer, en su libro Baile con una sombra (Dancing With A Shadow), los esquimales idearon una manera de matar a los lobos marinos «sin ensuciarse las manos». Enterraban un cuchillo en el hielo con mango hacia abajo, completamente cubierto. Luego colocaban trozos de carne fresca sobre la hoja del cuchillo y la dejaban congelar. Los lobos olían la sangre a una gran distancia y se acercaban para devorarla. Al lamer la carne con su sangre iban entrando poco a poco en un frenesí. Al estar congelada la carne, su lengua se les enfriaba y perdía sensibilidad. Al poco tiempo se cortaban la lengua con el filo del cuchillo y sin darse cuenta comenzaban a tragar su propia sangre. Lamían y lamían hasta que morían desangrados.


Cuando no reconocemos el peligro del pecado en nuestras vidas, y nos permitimos obsesionarnos con él, caemos en el peligro de la autodestrucción, tal como Amán o estos lobos marinos. Por eso es tan necesario que cada día oremos a Dios como decía David:


Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Salmos 139.23–24 RVR60)


De esta manera estaremos luchando contra el pecado en nuestras vidas, además de vivir vidas santas, no sirviendo al pecado y a la carne.


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