Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos. (Oseas 6:6)
Una mujer que era nueva en la escuela dominical para adultos, a menudo llegaba tarde; no iba bien vestida; parecía tensa y poco amigable, y cada semana se iba tan pronto como el maestro empezaba a orar para terminar la clase. Al poco tiempo, el maestro empezó a escuchar como la juzgaban los demás. Un domingo, el maestro le pidió a alguien que hiciera la oración final para poder hablar con la mujer al final de la clase. Se enteró de que su esposo —quien abusaba físicamente de ella— la había abandonado junto a sus dos hijos. Y más encima, había dejado una enorme deuda y ella no sabía dónde localizarlo. Estaba desesperada y buscaba a Dios. El maestro empezó a verla con nuevos ojos, con ojos de misericordia, y alertó a la clase de la difícil situación. Algunos abrieron su corazón de maneras prácticas y personales. Con el tiempo, la mujer empezó a relajarse y a ser más amigable. Y poco después entregó su vida a Cristo, que era a quién más necesitaba.
Pidámosle a Dios que nos ayude a ver a los demás como Él los ve. Porque cuando miramos a la gente con nuestros ojos, podemos ser insensibles, egoístas y juzgarlos duramente. Sin embargo, cuando miramos a los demás con el amor que deberíamos tener por nuestro prójimo, la situación es diferente. Recordemos el mandamiento que nos dio el Señor Jesús: «Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso» (Lucas 6:36).
Por eso es que tenemos que pedirle a Dios que nos dé un corazón lleno de misericordia y compasión, básicamente un corazón como el de Él. Necesitamos que nuestro corazón engañoso y perverso, más que todas las cosas (Jeremías 17:9), sea cambiado. Por eso, digamos como David:
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. (Salmos 51:10)
De esta forma, podremos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Porque recordemos que el Señor nos dijo: «Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Lucas 6:31).
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