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Nuestro sacerdocio



Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 1:5–6)


Los que creen en Cristo han sido limpiados de sus pecados y han sido hechos hijos de Dios por medio de la fe en Jesús.


En el Nuevo Testamento son considerados como un sacerdocio santo. Pero ¿sabemos lo que significa ser sacerdotes ante Dios? La Palabra de Dios nos muestra el sacerdocio del creyente desde dos puntos de vista:


1. Seres humanos, perdidos en otro tiempo y que ahora se hallan ante Dios como sacerdotes, y juntos le ofrecen «sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5). En la presencia del Dios Santo podemos hablar de Cristo y de su obra en la cruz del Calvario. También traemos a Dios nuestras ofrendas espirituales, es decir, nuestra adoración a través de cánticos, oraciones, agradecimientos y la lectura de pasajes de la Escritura que hablan del Señor y de su sacrificio.


2. Los hijos de Dios, es decir, aquellos que forman parte de la familia de Dios en la tierra (Efesios 2:19), los cuales se presentan juntos ante Dios Padre. Tienen un lema en común: El Hijo de Dios en quien el Padre tiene complacencia y gozo, y el que también un inmenso valor para ellos. Pablo escribió a los efesios: «porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (Efesios 2:18). Así, pues, personas salvadas, de muy diferente procedencia, han sido unidas en un cuerpo y se presentan juntos ante el Padre para tener comunión con él mediante su Hijo Jesucristo.


La Buena Semilla


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