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Nuestro consolador



Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. (Juan 14.16–17 RVR60)


Un estudiante de seminario estaba escribiendo una ensayo acerca de la confesión de pecados. En un momento determinado quiso escribir: «Cuando confesamos nuestros pecados, Dios nos quita nuestras manchas». Pero, cuando llegó a la palabra manchas escribió por error la palabra mantas. Eso hizo que la oración dijese: «Cuando confesamos nuestros pecados, Dios quita nuestras mantas». El joven entregó su informe sin notar aquel error.


Cuando el profesor le devolvió su trabajo corregido, el estudiante sonrió al leer una nota escrita al margen por su profesor, que decía: «Nunca temas, pequeñuelo; no pasarás frío, porque Dios nos ha dado un Consolador». Tal como leemos en los versículos del encabezado, el Señor Jesús le dijo a los suyos que una vez que se fuera enviaría a un Consolador, el cual moraría con ellos para siempre. La promesa del Señor la vieron consumada en aquel aposento alto, en la ciudad de Jerusalén en el día de Pentecostés:


Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2.2–4 RVR60)


Desde aquel día, el Espíritu Santo ha estado desempeñando su ministerio en la vida de cada uno de los que han depositado su fe en el Señor Jesús, reconociéndole como su Señor y Salvador. En las escrituras podemos encontrar muchas de sus actividades consoladoras. Por ejemplo:

  1. Nos guía a la verdad y da la gloria a Cristo (Juan 16.13–15)

  2. Nos asegura que somos hijos de Dios (Romanos 8.16)

  3. Nos ayuda a orar, intercediendo por nosotros (Romanos 8.26–27)

  4. Nos da esperanza (Romanos 15.13)

  5. Nos enseña verdades espirituales (1 Corintios 2.13)

  6. Nos prepara para servir a nuestros hermanos (1 Corintios 12.4–7)

  7. Nos hace más semejantes al Señor (2 Corintios 3.18)

  8. Nos fortalece (Efesios 3.16)

  9. Nos santifica (2 Tesalonicenses 2.13)


Los cierto, mis hermanos, es que podemos enfrentar nuestro día a día con confianza por el ministerio del Consolador de nuestras vidas, sin temor de que Dios se aleje de nosotros, ya que su Santo Espíritu mora dentro de cada uno de nosotros (1 Corintios 3.16); y sin importar en qué circunstancias nos hallemos, podemos contar siempre con el consuelo divino del Espíritu Santo.


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