Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. (Santiago 3:8)
A veces, nuestras bocas nos juegan malas pasadas, sobre todo cuando hablamos de más. Cuando era niño en la escuela dominical cantábamos una canción que decía en una de sus estrofas: «¡Cuidadito la boquita lo que habla! Que hay un Dios de santidad que mirándonos está, ¡cuidadito la boquita lo que habla!». Lo triste es que en ocasiones no ponemos atención a lo que hablamos y otras veces somos permisivos con lo que sale de nuestras bocas, me refiero a que frente a un momento de frustración hablamos malas palabras, por ejemplo.
No obstante, la Palabra de Dios nos dice: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Efesios 4:29). Cuando de nuestras bocas salen palabras de este tipo, significa que algo anda mal en nuestros corazones, pues dijo el Señor Jesús: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Por ejemplo, si hablamos mal de otros puede que sea un síntoma de que hay una raíz de amargura en nuestros corazones o quizás envidia o aires de superioridad (que es soberbia). Recordemos la advertencia de Dios:
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida. Aparta de ti la perversidad de la boca, y aleja de ti la iniquidad de los labios. (Proverbios 4:23–24)
Quizás somos de los que cuando conducimos nuestro automóvil nos convertimos en un energúmeno gritándole a todos o derramamos nuestra ira contra aquellos que se nos cruzan en el camino. En este caso lo que nos falta es la paz de Dios, ya que bien dice su Palabra: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:7).
Entonces, ¿cómo están nuestras bocas, hermanos? Cumplimos el mandamiento de Dios que nos dice: «Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno» (Colosenses 4:6) ¿o tenemos problemas en nuestros corazones? Si lo segundo es nuestro problema, la solución es orar como David, quien dijo: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Salmos 51:10). De esta forma nuestros labios podrán hablar lo que sea bueno y agradable delante de Dios.
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