Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (Romanos 7:18–19) Un predicador anciano cuyo ministerio había ganado miles de almas para Cristo, confesó que muchas veces, su amor genuino al Señor, estaba mezclado con egoísmo. Otro ministro con un testimonio similar en cuanto a las almas confesó algo similar. Este último pidió a miembros de su congregación orar por él para que pudiera superar el deseo de ser «el número uno» cuando predicaba la Palabra. Y siendo sinceros, cada creyente padece de lo mismo debido a nuestra naturaleza carnal.
El apóstol Pablo menciona en Romanos 7:24 que estamos en «este cuerpo de muerte», en el cual todavía mora el pecado, por lo tanto, toda nuestra adoración y servicio a Dios se ven manchados por la imperfección de nuestra naturaleza carnal. Tal vez sea por eso que puedo ser comprensivo con aquellos predicadores que el apóstol Pablo menciona en Filipenses 1:15–17, donde dice: «Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio». Aunque la envidia, la codicia y el orgullo estropeaban el ministerio, el apóstol expresó gratitud porque Cristo estaba siendo proclamado, fuera por sí o por no. Él no hubiera expresado aquello si aquellos predicadores hubieran sido hipócritas o falsos maestros.
Mis hermanos, es una realidad que todo nuestro servicio a Dios, de alguna u otra forma, se ve afectado por las tendencias pecaminosas que permanecen en nosotros. Un hermano llamado William Beverage, escribió: «No puedo orar sin pecar; tampoco puedo predicar sin pecar… incluso mi propio arrepentimiento necesita arrepentimiento, y las lágrimas que derramo necesitan lavarse en la sangre de Cristo».
¿Acaso no es paciente nuestro Dios? ¿No es misericordioso y bueno para con criaturas tan pecadoras como nosotros? Pero lo cierto es que Dios así lo dispuso, pues es la razón para decir que: «tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (2 Corintios 4:7). Al ver nuestras imperfecciones y pecado, incluso las cosas que hacemos para Dios están manchadas por nuestros pecados, Él, aun así, nos permite servirle y obedecerle. ¡Bendito y alabado sea nuestro bondadoso Dios de amor y paciencia!
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