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No somos víctimas

  • 3 may 2024
  • 2 Min. de lectura


Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. (Efesios 5:2)


Un pequeño niño que está muy enojado exclama: —¡Ya me voy de esta casa! Y, sin pedir el consejo ni la autorización de su padre ni de su madre, que pueden orientarlo sabiamente, comienza a empacar sus cosas, y toma todo lo que él cree que necesitará … y se va a pie, o en su bicicleta. Su inexperiencia, y su mentalidad infantil, no son suficientes para que se dé cuenta de todos los difíciles problemas que se le presentarán; y no puede concebir la idea de lo que será la realidad de vivir fuera del hogar.


Creo que para ninguno de nosotros es ajeno que hoy en día estamos frente a una sociedad de «piel sensible», es decir, toda una generación de personas que se ofenden por todo y se sienten víctimas de las circunstancias. Tristemente, este modo de ser del mundo se ha permeado en muchas vidas de cristianos, ya que muchos creyentes hoy en día se ofenden fácilmente, por ejemplo, cuando alguien les corrige con la Palabra de Dios o sencillamente cuando leen un comentario que nos les gusta. 


Mis hermanos, ninguno de nosotros, es víctima de nada, porque todo lo que nos pasa y nos ha pasado a lo largo de nuestras vidas ha sido permitido por Dios. Bien dice su Palabra: «¿Quién puede decir que algo sucede sin que el Señor lo ordene? ¿Acaso lo malo y lo bueno no proviene de la boca del Altísimo? ¿Cómo podemos quejarnos, si sufrimos por nuestros pecados?» (Lamentaciones 3:37–39 RVC).


Si somos de aquellos que nos sentimos víctimas de las circunstancias, debemos dejar ese modo de pensar del mundo, porque eso forma parte de las maneras del mundo. En la Biblia, Dios nos manda a los creyentes que debemos soportar el ser agraviados por nuestros propios hermanos en la fe (1 Corintios 6:7), a soportarnos los unos a los otros y perdonándonos como Cristo nos perdonó (Colosenses 3:13). Además, somos llamados por el Señor Jesús a perdonar hasta 70 veces siete a nuestros hermanos (Mateo 18:21–22). No olvidando que, como creyentes, tenemos el mandato específico de no imitar a este mundo y todas sus costumbres (Romanos 12:2).


Así que, hermanos, bajo ningún punto de vista, los cristianos somos víctimas, sino que estamos en la mano de Dios, porque «sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Romanos 8:28).

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