Le dijeron, pues, los otros discípulos (a Tomás): Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. (Juan 20:25)
El domingo de su resurrección, el Señor Jesús, se apareció a sus discípulos en el lugar donde ellos estaban reunidos, con las puertas cerradas. En ese momento, el apóstol Tomás no estaba presente, y cuando le contaron que habían visto a Jesús, no creyó. Dijo que tenía que ver para poder creer. Al siguiente domingo, Jesús volvió a aparecérseles, pero esta vez Tomás sí estaba presente, entonces, el Señor le dijo: «Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Juan 20:27).
Cuando miramos la respuesta del Señor, podemos ver cuán precisa fue su respuesta, porque respondió, punto por punto, a cada una de las dudas de Tomás: ver sus manos, meter su dedo en la marca de los clavos y su mano en su costado. En otras palabras, el Señor quitó la incredulidad del corazón de Tomás. Mis hermanos, ¿y a nosotros nos cuesta creer las cosas de Dios?
Puede que tengamos una actitud como la de Tomás. ¿Qué hacer en esos casos? ¡Preguntarle a Él! Contémosle, de forma sencilla, a través la oración, aquello que nos parece imposible o difícil creer. Además, nos responderá de forma precisa y personal por medio de la Biblia, así como de otras maneras, pues así lo prometió en su Palabra: «Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces» (Jeremías 33:3).
Como creyentes debemos tener cuidado con la incredulidad, ya que esta nos lleva a alejarnos de Dios: «Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo» (Hebreos 3:12). Así que, hermanos, no sigamos el ejemplo de Tomás, sino que creamos todo lo que Dios nos dice en su Palabra con sencillez de corazón.
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