¡Ah, Señor! Ciertamente yo soy tu siervo, siervo tuyo soy, hijo de tu sierva; tú desataste mis ataduras. Te ofreceré sacrificio de acción de gracias, e invocaré el nombre del Señor. (Salmos 116.16–17 LBLA)
Un granjero cristiano fue a la ciudad por asuntos de negocios. En el restaurante, cuando le sirvieron la comida, inclinó la cabeza y dio gracias a Dios, como siempre hacía en su casa. Un jovenzuelo, en la mesa vecina, se dio cuenta de que el granjero estaba orando. Considerándolo un viejo atrasado, le preguntó en voz alta, para avergonzarle: —Oiga, granjero, ¿en el campo todos hacen como usted? Aquel fervoroso cristiano se volvió hacia él y le contestó amablemente: —No, hijo, los cerdos no lo hacen.
En el mundo la gratitud se considera una gema rara, muchos padres tratan de inculcárselo a sus hijos, pero más como una forma de cordialidad y buenas maneras que como agradecimiento genuino. Sin embargo, la Palabra de Dios nos manda a los creyentes a ser agradecidos, pues dice: «Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5.18 RVR60).
Y qué más nos dicen las Escrituras sobre el agradecimiento. Podríamos comenzar por el Salmo 136, que empieza y termina diciendo: «Dad gracias al Señor» y «dad gracias al Dios del cielo». Una y otra vez, este salmo nos recuerda una razón simple y predominante para agradecer a nuestro gran Dios: «porque para siempre es su misericordia». A decir verdad, podríamos pasar todo un mes aprendiendo lo que enseña el Salmo 136 acerca del agradecimiento, poniéndolo en práctica cada día, agradeciendo a Dios por todo lo que ha hecho, hace y nos ha dado en Cristo.
Por ejemplo, si seguimos mirando este salmo 136, el salmista nos recuerda sobre las «grandes maravillas» (v.4, LBLA) de Dios y sobre la obra creadora del Señor llevada a cabo con su sabiduría (v.5). Después, repasa el gran éxodo del pueblo escogido de Dios (vv. 10-22). A medida que pensamos en estos ejemplos de la creación y la liberación revelados en el Salmo 136, podemos encontrar fácilmente algo por lo cual dar gracias a Dios todos los días.
¡Qué mejor que empezar cada día concentrados en darle las gracias a nuestro bondadoso Dios por todo lo que nos da! Porque no olvidemos que:
¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana. Me digo: «El Señor es mi herencia, por lo tanto, ¡esperaré en él!». El Señor es bueno con los que dependen de él, con aquellos que lo buscan. Por eso es bueno esperar en silencio la salvación que proviene del Señor. (Lamentaciones 3.22–26 NTV)
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