
Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. (2 Corintios 6.1 RVR60)
El príncipe de una nación asiática rica en petróleo fue acusado porque despilfarró más de 16.000 millones de dólares de las riquezas del país. Se cree que el príncipe perdió grandes sumas de dinero en un período de diez años como consecuencia de malas decisiones e inversiones. El tribunal supremo de su país dijo que gastó 2.700 millones de dólares adquiriendo aviones, yates, autos y joyas.
Mientras sacudía la cabeza con incredulidad, tuve que preguntarme si yo también era culpable de desperdiciar riquezas imprudentemente, específicamente las riquezas de la gracia de Dios. Si he recibido su misericordia y perdón y sigo cediendo al pecado, definitivamente estoy malgastando su gracia.
Si miramos en los evangelios, encontramos el relato de como el Señor Jesús, después de haber sanado a un hombre que había estado inválido durante 38 años, le dijo: «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor» (Juan 5.14 RVR60). Al mirar estas palabras, vemos al Señor Jesús advirtiéndole a aquel hombre que no malgastara el toque de sanidad de Dios en su vida.
Y tal como leemos en el versículo del encabezado, el apóstol Pablo también le suplicó a los cristianos de la ciudad de Corinto: «no recibáis en vano la gracia de Dios». Lo cierto es que la gracia de Dios debe dar como resultado vidas transformadas, tal como leemos en Tito 2.11–12: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente».
Cuando Dios nos perdona libremente, su gracia abre la puerta para que cambiemos, pero no por nuestras propias fuerzas, sino por la intervención del Espíritu Santo que nos sella (Efesios 1.13). No obstante, ¡qué trágico sería desperdiciar una fortuna espiritual en vez de permitir que «las riquezas de su gracia» transformen nuestras vidas (Efesios 1.7).
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