Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. (Jeremías 31:3)
Al comienzo de la historia del mundo, Adán y Eva vivían en el huerto de Edén y eran sin pecado, y estaban rodeados de la bondad de Dios. Hasta que una voz se hizo oír: «¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?»(Génesis 3:1).
La serpiente –el diablo había tomado esta forma– trataba de sembrar la duda en el corazón de la mujer, diciéndole: «No moriréis» (v. 4). Cada uno de nosotros conoce muy bien esa voz interior (nuestra vieja naturaleza pecaminosa) que suele influenciar nuestro espíritu, o aquella que viene desde fuera (Satanás con sus dardos de fuego), la cual desea seducirnos para hacernos dudar del amor de Dios, con el fin último de que pequemos.
El origen de la desobediencia de Adán fue el abandono de la confianza en Dios, la duda con respecto a su amor y a su Palabra, así como el anteponer su voluntad por sobre la de Dios; y todo debido a la seducción del diablo. Tan pronto como desobedeció, el hombre tuvo miedo y quiso huir de su Creador. ¿Nos reconocemos en Adán y Eva que se escondieron en el huerto del Edén para no encontrarse con Dios?
Ciertamente nuestro enemigo el diablo es poderoso, muchísimo más inteligente y sabio que nosotros. De ahí la advertencia de Dios:
Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. (1 Pedro 5:8–9)
Debemos estar velando siempre, pero sobre todo, no poniendo oído al padre de la mentira (Juan 8:44), esto es, al diablo; y sobre todo, confiando en aquel que nos salvó, no poniendo en duda su Palabra y sus promesas, y al mismo tiempo obedeciendo y oyendo sus Palabras, pues nos dice:
Guarda y escucha todas estas palabras que yo te mando, para que haciendo lo bueno y lo recto ante los ojos del Señor tu Dios, te vaya bien a ti. (Deuteronomio 12:28)
Comments