Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían (Números 9.17–18 RVR60)
Según la Oficina del Censo de Estados Unidos, los ciudadanos se mudan de un lugar a otro un promedio de once a doce veces durante toda su vida. Hace poco, 28.000.000 de personas empacaron, se mudaron y desempacaron bajo un nuevo techo.
Durante los 40 años de Israel en el desierto, la nube de la presencia de Dios guió a toda la nación a mudarse de un lugar a otro como anticipo de una nueva patria. El relato es tan repetitivo que casi parece una comedia. La enorme familia empacaba y desempacaba una y otra vez; y no solo sus pertenencias, sino también el tabernáculo, donde Dios se encontraba con Moisés (Ver Éxodo 25.22).
Muchos años después, Jesús daría pleno sentido a la historia de la época de mudanzas de Israel. En vez de guiar desde una nube, vino en persona. Y cuando dijo: «Venid en pos de mí» (Mateo 4.19), comenzó a mostrar que los cambios más importantes de domicilio ocurren en los senderos del corazón. Al guiar a amigos y enemigos al pie de una cruz romana, mostró hasta dónde llegaría el Dios de la nube y el tabernáculo para rescatarnos.
Así como los cambios de dirección, las mudanzas del corazón son estresantes. Pero un día, desde una ventana de la casa de nuestro Padre, veremos que Jesús nos acompañó y guió todo el camino.
—MRD
Nuestro Pan Diario
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