Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2 Corintios 3:18).
Un pastor contaba una experiencia: «Una mujer me dijo entre sollozos por teléfono que su esposo acababa de golpearla. Yo sabía que el hombre se había criado con un padre abusivo, por lo que no me sorprendió que siguiese ese mal ejemplo».
Es cierto que los factores sobre los que no tenemos control pueden moldearnos profundamente, especialmente cuando somos niños. Pero eso no significa que seamos rehenes desvalidos de nuestro pasado para el resto de nuestras vidas. Humanamente hablando, tenemos la capacidad de moldear nuestras actitudes y acciones escogiendo sabiamente los amigos, la lectura y los entretenimientos. Por ejemplo, muchos niños tienen terribles pasados, sin embargo, llegan a ser hombres y mujeres altamente respetados.
Como cristianos debemos aprender a tomar decisiones que reflejen nuestra relación con nuestro Padre que está en los cielos (Efesios 5:1) y no con Satanás, nuestro antiguo padre, el cual era un amo cruel. Dios quiere que reflejemos la imagen de nuestro Salvador. El apóstol Pablo decía: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Corintios 11:1). Aunque, claro, esto no es algo que podemos hacer por nosotros mismos únicamente tomando buenas decisiones; para ello se necesita la obra transformadora del Espíritu Santo.
En 2 Corintios 3:18, el apóstol Pablo dijo que esa transformación ocurre cuando hacemos una práctica de mirar «la gloria de Dios». Esto significa hacer que el Señor Jesús sea el punto central de nuestras vidas; además de someternos completamente a Él como nuestro Señor.
Así que, mis hermanos, independientemente de lo que haya sucedido en nuestro pasado, esto no es excusa para ser carnales o no querer obedecer lo que Dios nos manda. Pregunto: ¿Estamos dejando que Dios moldee nuestro presente y futuro?