Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda la llanura; escapa al monte no sea que perezcas. (Génesis 19:17)
Se cuenta de un profesor alemán que intentó juntar en una jaula a un león y a un cordero con objeto de acostumbrarles a vivir juntos. Al cabo de algún tiempo, alguien le preguntó el resultado de su experimento. —Va muy bien —contestó el sabio—. Solo ocurre que de vez en cuando hay que reemplazar el cordero.
Conforme al relato bíblico, la mujer de Lot volvió la mirada desobedeciendo el mandato que se les había dado y como consecuencia de ello se volvió estatua de sal. Lo mismo nos puede pasar a nosotros, no la parte de volvernos sal, pero sí la parte de anhelar lo que dejamos atrás. Tenemos que tener cuidado con esto, porque nuestro Señor dijo claramente:
Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. (Lucas 9:62)
La pregunta es: ¿Por qué deseamos volver a la oscuridad de la cual nos sacó un día el Señor? Antes de ser salvados vivíamos en el mundo y éramos parte de él (Efesios 2:1–3). Si bien aún estamos en el mundo, pero si hemos creído en Cristo como nuestro Salvador, significa que ya no somos parte de este mundo (Juan 17:15) o por lo menos, no deberíamos vivir como si fuéramos parte de él. Porque sabemos que al mundo no le interesan las cosas de Dios, pues son contrarios a todo ello, ya que bien dijo el Señor:
Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. (Juan 15:18–19)
Mis hermanos, el mundo solo nos ofrece cosas perecederas, que ni siquiera nos podemos llevar. Mejor es que no sigamos el mal ejemplo de la mujer de Lot, pues ella perdió su vida por estar mirando lo que dejaba atrás. Si hemos tomado el arado, no podemos estar mirando hacia atrás.
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