Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. (1 Corintios 12:27)
Nunca nadie ha entrado al cielo por ser miembro de una iglesia. Sin embargo, eso no significa que no sea importante pertenecer a una iglesia local. Es necesario que todo creyente pertenezca a una iglesia local, porque Dios no tiene hijos que sean «llaneros solitarios». Por ejemplo, su Palabra nos enseña que solo en una iglesia local podremos madurar hasta la estatura de Cristo:
A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:12–13)
En la Biblia, Dios nos instruye a que estemos activamente involucrados en la iglesia local. Nos llama a congregarnos: «no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca» (Hebreos 10:25). También nos llama a identificarnos con Cristo y con su pueblo mediante el bautismo, la cena del Señor, el ejercicio de los dones espirituales que uno tenga, el estudio de la Palabra de Dios, la comunión con los creyentes, la oración y el rendimiento mutuo de cuentas (Hechos 2:41–47; 1 Corintios 11:26; Hebreos 10:24–25; 13:7, 17; 1 Pedro 5:5).
Cada iglesia local es el cuerpo de Cristo «en miniatura». Por tanto, la iglesia es más que una organización; es un organismo vivo que manifiesta a Cristo al mundo (1 Corintios 12:12–31). El compromiso con una iglesia local y la comunión activa en la misma son bíblicos. Cristo se identificó voluntariamente con nosotros, llevando nuestro pecado en su propio cuerpo. Entonces, ¿no deberíamos estar dispuestos a identificarnos con su cuerpo uniéndonos a su pueblo en una iglesia local?
Pregunto también: ¿Nos estamos congregando cada vez que la iglesia local se reúne? Seamos obedientes a Dios y a su Palabra.