Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado. (Salmos 1:1)
El Salmo 1 nos presenta una clara diferencia entre dos caminos: el camino del justo y el camino del impío. Como cristianos que deseamos vivir una vida de obediencia a Dios, este pasaje nos recuerda que hay bendición en alejarnos de la influencia del pecado y en buscar siempre la presencia de Él. En este salmo se nos ofrece tres importantes lecciones.
El primer versículo declara bienaventurado, es decir, dichoso o bendecido, al hombre que no sigue el consejo de los malos, ni participa en sus caminos. Esto no significa que debemos aislarnos del mundo, sino que debemos ser cuidadosos de no dejar que las influencias negativas corrompan nuestra fe, tal como se nos dice en Romanos 12:2. Como hijos de Dios, estamos llamados a ser luz en medio de la oscuridad (Mateo 5:14), pero debemos tener discernimiento para no caminar en las sendas de aquellos que desprecian a Dios.
El versículo 2 nos dice que el justo se deleita en la ley del Señor y en ella medita día y noche. Meditar en la Palabra de Dios no es solo leerla, sino reflexionar profundamente en ella, dejando que transforme nuestras vidas. Si dedicamos tiempo a estudiar y aplicar la Biblia, nuestra vida será transformada por la acción del Espíritu Santo, y seremos guiados por Él en cada decisión.
Finalmente, el salmista compara al justo con un árbol plantado junto a corrientes de agua. Este árbol tiene una fuente constante de vida y nutrición, lo que le permite dar fruto de manera constante. Del mismo modo, cuando estamos conectados con nuestro Señor, fructificamos (Juan 15:4–5). A diferencia de los impíos, que son comparados con tamo, algo ligero y sin raíz, que el viento fácilmente dispersa, los hijos de Dios están firmemente arraigados en su fe.
Hermanos, pidamos a nuestro bendito Dios que nos guíe con su Palabra, que nos ayude a caminar en el camino de los justos, deleitándonos en sus leyes (Salmos 119:47) y buscando siempre su rostro. Roguémosle ser como árboles plantados junto a corrientes de agua, dando fruto en todo tiempo. Y pidamos ser guardados de las influencias del mal al tiempo que somos fortalecidos en su verdad.
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