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Mantener firme el muro



Así dejaron reparada a Jerusalén hasta el muro ancho. (Nehemías 3:8 RVR60)


Las ciudades bien fortificadas tienen un muro ancho, y así lo tenía Jerusalén en su época de gloria. La Nueva Jerusalén debe, de manera similar, estar rodeada y preservada por un muro ancho de no conformidad con el mundo y de separación de sus costumbres y espíritu. La tendencia de estos días derriba la barrera santa, y hace meramente nominal la distinción entre la iglesia y el mundo.


Los que profesan ser cristianos, ya no son más estrictos y puritanos; todos leen literatura cuestionable, se consienten con pasatiempos frívolos, y una laxitud general amenaza con privar al pueblo del Señor de esas sagradas singularidades que los separan (o separaban) de los pecadores. Será un día malo para la iglesia y para el mundo, cuando la amalgamación propuesta por el maligno se complete, y los hijos de Dios y las hijas de los hombres sean uno; tal como hicieron los seres angélicos miles de años atrás (ver Génesis 6:2, 4). Entonces, otro diluvio de ira comenzará.


El muro ancho proporcionaba un placentero lugar de descanso para los habitantes de Jerusalén, desde el cual podrían dominar la perspectiva del país circundante. Esto nos recuerda la extrema amplitud de los mandamientos del Señor en los cuales caminamos libremente en comunión con Jesús, mirando desde lo alto las escenas de la tierra y estando atento hacia las glorias del cielo. Separados del mundo y negándonos a nosotros mismos toda impiedad y lascivia carnal. Pero no estamos prisioneros, ni restringidos a límites estrechos, sino que caminamos en libertad porque guardamos sus preceptos.


Amado lector, que tu objetivo de tu corazón, de palabra, en vestido, en acción, etc. sea mantener el muro ancho, recordando que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios (Santiago 4:4). Ven, camina esta día con Dios en sus estatutos. Así como los amigos se encontraban unos con otros sobre el muro de la ciudad, encuéntrate con Dios en el sendero de la oración y la meditación. Tienes derecho a andar por la fuente de la salvación, pues eres un hombre libre (Juan 8.36), de linaje real (1 Pedro 2:9; Apocalipsis 1:6), un ciudadano de la metrópoli del universo (Filipenses 3:20).


—Charles Spurgeon.

Libro: En paz me acostaré (modificado).


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