Guarda silencio ante Jehová, y espera en él. (Salmos 37:7)
David Biebel, un escritor, contó la siguiente historia:
Marty recibió una inesperada «carta de gratitud» por el servicio prestado a la compañía para la cual trabajaba. Aquella carta contenía una breve nota que concluía: «Hemos eliminado su posición».
Después de que Marty pasara meses infructuosos buscando trabajo, su frustración finalmente le afectó. Airado gritó a Dios: «¿Por qué me hiciste esto? ¿Acaso no te importa?» Continuó su perorata hasta que notó a su perra Mandy que estaba agachada junto a su silla. Entonces recobró la postura y dijo: «¡Ven acá, perrito! Deberías alegrarte de ser un perro. Al menos no pueden despedirte de tu trabajo de ser el mejor amigo del hombre». Pero mientras conversaba con Mandy y expresaba su lamento, su amargura desapareció.
El autor además agregó: «Podrías pensar que el alivio vino de todas las cosas que le dijo a Dios (y en parte así fue), pero fue Mandy quien desempeñó un papel importante también… [Ella] no discutió ni ofreció soluciones, tampoco dio consejos; solo se limitó a escuchar moviendo la cola y lamiendo la mano de su amo».
Luego de que Job perdió todo cuanto tenía, sus amigos se enteraron del mal que le había venido y se pusieron de acuerdo para ir a consolar a su amigo. Cuando llegaron cerca, le vieron a la distancia, pero no le reconocieron, por lo que lloraron a gritos (Job 2:12); nos dice la Palabra de Dios que: «Así se sentaron con él en tierra por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra, porque veían que su dolor era muy grande» (Job 2:13). Aunque luego abandonaron la sabiduría de su silencio.
A veces, necesitamos simplemente «llorar con los que lloran» (Romanos 12:15); porque puede ser que lo que ellos necesitan sea que los escuchemos para poder escuchar lo que Dios les está diciendo.
DJD. Nuestro Pan Diario
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