¿Me habrá rechazado para siempre el Señor? ¿Nunca más volverá a ser bondadoso conmigo? ¿Se ha ido para siempre su amor inagotable? ¿Han dejado de cumplirse sus promesas para siempre? ¿Se ha olvidado Dios de ser bondadoso? ¿Habrá cerrado de un portazo la entrada a su compasión? (Salmos 77.7–9 NTV)
¿Alguna vez ha sentido que no puede llegar a Dios a través de la oración? Si es así, déjeme decirle que no es el(la) único(a). Todos los creyentes en algún punto de nuestras vidas, hemos pasado por este tipo de «silencio» de Dios. Cuando esto nos ocurre, tendemos a decir que como el salmista: «¿Me habrá rechazado para siempre el Señor?».
Como dije recién, esto nos pasa a todos, incluso a aquellos que han dado su vida por completo a servir a Dios. Por ejemplo, David Brainerd, quien fue un misionero estadounidense para los nativos americanos y que tuvo un ministerio particularmente fructífero entre los indios de Delaware de Nueva Jersey. Llevaba un diario en el cual escribía sus altibajos espirituales. En un momento determinado escribió: —«Duermo sobre una pila de paja; mi trabajo es arduo y extremadamente difícil; y aparentemente tengo muy poco éxito como para consolarme. Pero lo que hace gravoso soportar mis dificultades, es que Dios oculta su rostro de mí».
Pero, ¿por qué Dios hace estas cosas? Primeramente, Él tiene propósitos particulares para cada uno de nosotros, que solo Él y uno conoce. Pero de manera general, lo hace para probar nuestra fe; y para sacar a la luz cosas ocultas que nosotros no conocíamos de nosotros. Pero lo importante es que nos mantengamos firmes cuando esto pase; y que podamos decir como Job: «Aunque Él me mate, en Él esperaré» (Job 13:15). Claro, esto es difícil, pero en su Palabra encontramos algunas cosas que podemos hacer para atravesar aquel valle:
Reconocer que nuestra experiencia no es única. Y especialmente, no poner oído a lo que nos susurra el diablo de que «Dios nos ha abandonado». Porque incluso el Señor en la cruz cuando clamó: «Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Marcos 15.34 RVR60); siguió confiando en Dios, ya que luego le vemos decir: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23.46).
Compartir esta experiencia con otro creyente, tanto para compartir tus sentimientos, como para pedir ayuda en oración (1 Tesalonicenses 5.25).
Meditar sobre las verdades de las Escrituras y en lo que Dios ha hecho por nosotros en el pasado (Salmos 77.11-12).
Continuar orando, con fe, a Dios, aunque nos parezca que solo hay silencio para nosotros (Lucas 18.1).
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