El conocimiento envanece, pero el amor edifica. (1 Corintios 8.1b RVR60)
El apóstol abre aquí un paréntesis en el que trata sobre la ciencia, el conocimiento y el amor. Lo hace con firmeza y precisión: La ciencia hincha, el amor construye, como literalmente se lee en el texto griego. El que descansa y se gloría en su propio conocimiento, se alza arrogante sobre quienes lo tienen más limitadamente.
Muchos en la iglesia de Corinto estaban envanecidos por sus conocimientos intelectuales. Este envanecimiento había producido un serio problema del que se trató antes (1 Co. 5.2), manteniendo en la iglesia a uno que vivía en pecado, mientras que los creyentes se dedicaban a manifestar sus conocimientos entre sí. Esta forma de “ciencia” (o de conocimiento) es dañina, porque se usa para ensalzar a unos sobre otros, permitiendo que algunos se consideren superiores al resto de los creyentes. El mero conocimiento no basta para solucionar los problemas y, generalmente en lugar de esto, crea otros aun más graves. Un conocimiento meramente intelectual, sin la conducción del amor, convierte a los hombres en arrogantes y orgullosos, lo que en sí mismo es ya contrario y opuesto a Dios, que se pone en contra de los tales:
El Señor se burla de los burlones (o bien, a los soberbios retribuye en la misma moneda), pero muestra su bondad a los humildes. (Proverbios 3.34 NTV)
Dios resiste a los soberbios y da Su gracia a los humildes. (Santiago 4.6 RVR60)
No cabe duda que todos los cristianos tienen un conocimiento teórico de la verdad que afirma que hay un solo Dios y que los ídolos, como falsos dioses, no son nada (1 Co. 8.4). Pero este conocimiento no se convierte en resultados prácticos en todos, sino solo en algunos; y este conocimiento meramente intelectual hincha. Esta palabra está vinculada a φυσάω (fusáo), que significa soplar o inflar, por lo que sus derivados vienen a expresar envanecer y ensoberbecer.
Por otro lado, Dios nos dice que el amor edifica. Pues el objetivo del amor es la edificación. El verdadero amor, no acaba en uno mismo, como ocurre muchas veces con el conocimiento, sino que sale y se proyecta hacia los demás, para expresarle en ese salirse de uno hacia otro, la dimensión desinteresada de una entrega que es la evidencia del verdadero amor. Lo fundamental de la vida cristiana es el amor, ya que debe ser el signo visible característico de cada persona que ha nacido de nuevo.
El amor mutuo entre ustedes será el distintivo por el que todo el mundo los reconocerá como discípulos míos. (Juan 13.35 LP:EMD)
Más adelante (capítulo 13), el apóstol se extenderá en las manifestaciones del amor y en la inutilidad de cuanto se haga ausente de él. El que no tiene amor, no vale para nada (cp. 13.1); no es nada (13.2), básicamente todo lo que hagamos por otro sin amor, no sirve para nada. Una vida de amor es la oposición a una de apariencia. El amor hacia el hermano es lo que verdaderamente levanta, edifica la comunidad cristiana.
Cuántas veces el problema se repite en la historia de la iglesia. Pues es lamentable encontrarse con los que alardean de poseer el conocimiento bíblico más exacto, ya que se sienten maestros en la doctrina y grandes en la Palabra, pero son incapaces de acercarse a un hermano para darle un abrazo fraternal que les anime en su camino o de desprenderse de algo material para ayudar a su hermano que está en necesidad.
Algunos sabios (conforme a su parecer), son sabios para la reprensión y la exigencia legalista, pero son ignorantes en el amor que restaura y en la mano que se extiende para levantar al caído. Los que saben, pero no conocen la Palabra, son quienes se esfuerzan por sostener el sistema del que están orgullosos y por el que son alabados, pero desprecian a quienes no se someten a su arrogancia. Únicamente aquel que conoce a Jesús de manera íntima, personal y vivencialmente, vive en pleno conocimiento de que el amor edifica a los que pueden estar bajo su influencia.
La iglesia de Jesucristo debe ser conocida por la realidad del amor (Jn. 13:35) y no por la teorización de la ciencia bíblica. Sin embargo, la iglesia de nuestros días está repleta de aquellos que “saben” mucho de Dios; aunque está terriblemente necesitada que quienes conocen verdaderamente a Dios.
Nota: El hermano que escribió este devocional, prefiere mantener su identidad en el anonimato. Pero su escrito ha sido usado con su consentimiento.
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