Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5)
Los padecimientos de Cristo en la cruz representan el acto supremo de amor y sacrificio. Él, siendo sin pecado, tomó sobre sí la culpa y el peso de nuestros pecados. En la cruz, el Señor Jesús no solo sufrió un dolor físico extremo, sino que también enfrentó la separación de Dios Padre, y el justo castigo que nosotros merecíamos.
El Señor fue flagelado, coronado con espinas, y sus manos y pies fueron clavados en aquel madero. Cada respiración fue una lucha. Sin embargo, todo lo soportó en silencio. Este sufrimiento físico extremo nos recuerda la gravedad del pecado y el castigo que nuestros actos merecían. Pero además del dolor físico, nuestro Señor cargó con el peso del pecado del mundo. Y sabemos que la consecuencia del pecado es muerte (Romanos 6:23), y Cristo tuvo que experimentar esa muerte en nuestro lugar, pues llevó sobre sí el castigo que sus criaturas merecían.
No obstante, el momento más doloroso para nuestro Señor fue cuando sufrió el abandono, porque todo lo anterior lo sufrió en silencio, pero no así la separación, ya que en ese momento clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46). Esa separación fue producto del pecado (Isaías 59:2), pecado que había separado al hombre de su Creador. Y el sacrificio de nuestro Señor fue hecho con el fin de reconciliarnos con Dios (2 Corintios 5:19). Este momento de soledad nos muestra la profundidad del sacrificio de Cristo, ya que Él fue abandonado para que nosotros fuésemos amparados.
Es cierto que la cruz representa el sufrimiento, sin embargo, también es símbolo de victoria. Cristo, al soportar los padecimientos, venció al pecado y a la muerte. Ahora, por su muerte y resurrección, podemos tener vida eterna y paz para con Dios (Romanos 5:1). Y por eso la cruz es nuestra esperanza, porque en ella se consumó el plan de redención.
Todo creyente sabe que los padecimientos de Cristo no fueron en vano, porque fue a través de su sufrimiento que Él abrió el camino para que todos podamos acercarnos a Dios (Hebreos 10:20). Así que, hermanos, meditemos en los padecimientos de la cruz, para que nunca tomemos a la ligera el sacrificio de nuestro Cristo, sino que vivamos con la certeza de que, por sus llagas, hemos sido sanados.
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