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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Los hermosos consuelos del Señor



En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. (Juan 14:2–3 RVR60)


El capítulo 14 del evangelio de Juan es llamado «el capítulo de los consuelos». Cuando el Señor Jesús estaba a punto de dejar a sus discípulos, quiso prepararlos para su partida, dándoles (y así como a nosotros también) una inagotable provisión de recursos hasta el momento de su retorno. Allí nos muestra que nuestro porvenir es la gloria, la casa del Padre. Él volverá para reunirnos en ella, porque tenernos junto a Él es una exigencia de su amor por aquellos a quienes salvó.


Luego recuerda nuestra relación con el Padre: somos hijos de Dios, lo que nos permite dirigirnos libremente a Él, presentándole nuestras peticiones en el nombre de Jesús (V. 13–14). Hay otro recurso prometido por el Señor a los suyos durante el tiempo de su ausencia: una persona divina, enviada por Él, se ocuparía de sus intereses en su lugar. Esta persona es el Espíritu Santo, quien no solo estuvo con ello, sino que también está con nosotros, porque está en nosotros (V. 17). Tener a este consolador, es decir, al Espíritu Santo mismo, es más que recibir consuelos como los que recibimos de parte de nuestros semejantes, sino que es la seguridad de que Dios está a nuestro lado a cada momento del día, dándonos la seguridad de que nada nos faltará, tal como decía el salmista:


Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. (Salmos 23:1–4 RVR60)


Además de esto, tenemos la Palabra de Dios a nuestro alcance. Pero lo hermoso, es que si hemos creído en el Señor Jesús como nuestro salvador personal, el Espíritu Santo nos conduce a través de la lectura y estudio de las sagradas escrituras, nos permite conocer un sentido profundo en ellas, así mismo nos revela las glorias de Dios y de su Hijo Jesucristo.


Y como si esto no fuera poco, el Señor Jesús nos comunica su paz, ya que dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27 RVR60). El Señor extendió su discurso hasta el capítulo 16, en donde al final, en el versículo 33 nos dice: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo».


Aprendamos a dejarnos consolar y guiar por Dios, a degustar su paz y la seguridad de que un día estaremos morando en su reino celestial.


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