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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Lo que revela nuestro hablar



El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Lucas 6:45)


Un hermano contaba que un día estaba sentando en su auto junto a la acera, mientras esperaba a que su esposa terminara de comprar. Para distraerse se puso a mirar a las personas que transitaban por ahí. Entonces notó que un hombre en particular, el cual estaba profundamente concentrado hablando consigo mismo. El hermano dijo: —No sé lo que decía, pero era evidente que se trataba de una discusión seria. Y esto me recordó a un hombre que, cuando le preguntaron por qué hablaba siempre consigo mismo, contestó: «Tengo dos razones: primero, me gusta oír hablar a un hombre inteligente. Segundo, me gusta hablar con un hombre inteligente».


Claramente, el último hombre mencionado era bastante egocéntrico. Pero cuando la gente habla consigo misma, ¿de qué habla? Puede ser de algo bueno o malo. Como dice el versículo del encabezado, hablamos conforme a lo que hay en nuestros corazones. El fariseo de Lucas 18:11–12, al hablar, dejaba en claro la altivez y los aires de superioridad que había en su corazón. Por otro lado, el hijo pródigo de Lucas 15 hablaba consigo mismo de su miseria actual y como en la casa de su padre había mucha abundancia.


Podemos decir que cuando hablamos en voz alta, lo que hacemos es, simplemente, revelar lo que hay en nuestros corazones. Y se podría decir que somos lo que pensamos. Por tanto, si nuestros pensamientos son malos, seremos malos, por el contrario, si nuestros pensamientos son buenos, seremos buenos. De ahí que Dios nos inste en su Palabra a preocuparnos de nuestros pensamientos:


Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. (Filipenses 4:8)


Entonces, pidamos a Dios que cree en nosotros un corazón limpio (Salmos 51:10), y con su ayuda, hagamos el ejercicio de pensar en lo que es bueno, justo, verdadero y agradable delante de Él, para que nuestro Padre celestial halle deleite y contentamiento en nosotros.


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