Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. (Mateo 25:40)
El pasaje de Mateo 25:31–40 es un recordatorio poderoso de la responsabilidad que tenemos como creyentes de cuidar a nuestros hermanos en la fe. Jesús nos enseña que nuestras acciones hacia los demás tienen un impacto espiritual profundo, pues lo que hacemos por los más necesitados de su pueblo, lo hacemos directamente a Él.
En este pasaje, Jesús describe el juicio final, donde separará a las personas, como un pastor separa las ovejas de los cabritos. A las ovejas, representando a los justos, Él les dará la bienvenida a su reino eterno. ¿Por qué? Porque ellos creyeron en Él como su salvador personal, demostrando su fe genuina a través de sus acciones de amor y compasión hacia los demás. Dieron de comer al hambriento, dieron de beber al sediento, hospedaron al extranjero, vistieron al desnudo, visitaron al enfermo y al preso. Entonces el Señor Jesús dice algo sorprendente: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis».
Esta declaración de Jesús nos llama a una reflexión profunda. ¿Cómo tratamos a nuestros hermanos en la fe? ¿Estamos atentos a sus necesidades? ¿Estamos dispuestos a sacrificarnos por ellos, sabiendo que, al hacerlo, estamos sirviendo al Señor mismo? Pero más aún, ¿somos conscientes de que lo que les hacemos a nuestros hermanos, se lo hacemos al Señor? Me refiero a cuando hablamos mal de un hermano, cuando no le saludamos porque «nos cae mal», cuando despreciamos a un hermano por ser de una condición socioeconómica baja o porque no tiene estudios universitarios.
En Hechos 9:5, cuando Saulo se encuentra con Jesús en el camino a Damasco, pregunta: «¿Quién eres, Señor?» El Señor responde: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues». Saulo no estaba persiguiendo a Jesucristo físicamente, sino a sus seguidores. Sin embargo, Él se identifica tan íntimamente con su pueblo que considera el maltrato hacia ellos como un ataque personal contra Él, debido a que somos su cuerpo (Efesios 5:23).
Nuestro llamado es claro: debemos amar y servir a nuestros hermanos con todo nuestro corazón, sabiendo que en ellos estamos sirviendo a nuestro Salvador. Asimismo, debemos cuidar nuestro trato para con nuestros hermanos, sabiendo que lo que les hacemos a ellos, se lo estamos haciendo al Señor.
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