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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Lo que Jesús sufrió por mí



Sobre mí reposa tu ira, y me has afligido con todas tus ondas. Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí. (Salmos 88:7; 42:7)


Hubo un momento único en la historia de la humanidad: Jesús, el único hombre que jamás pecó, quien justo y jamás hizo nada en contra de Dios ni de sus leyes; el inocente que no merecía la muerte que tuvo; caminó como un manso cordero hacia el suplicio de la cruz, ¿por qué? A raíz de los pecados de sus criaturas. El Señor Jesús es clavado en la cruz, mientras una multitud se agolpaba para ver aquel «espectáculo» y hacer burla de Él. Aunque no solo se burlaban, sino que también le injurian y le desafían a que se salvase a sí mismo bajando de la cruz, para que así ellos pudieran creerle (Mateo 27:42).


Los evangelios nos dicen que entre las doce del día hasta las tres de la tarde, el sol se oscureció porque hubo tinieblas sobre toda la tierra (Marcos 15:33). A muchos les gusta pensar que esto fue una manifestación de la creación que estaba de luto mientras que su creador moría. Aunque no sabemos con exactitud cómo fue esta tiniebla, lo que sí sabemos es que las tinieblas aparecieron durante el día, como si la noche hubiese absorbido al día. Y a pesar de que los seres humanos fuimos hasta el límite de nuestro odio y maldad, el Señor Jesús expía nuestros pecados. Porque Dios quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimientos (Isaías 53: 6 y 10).


Como las ondas de un torrente, la ira del Dios tres veces santo, se derramó sobre el pecado, cayendo sobre el Señor Jesús quien por nosotros fue hecho pecado (2 Corintios 5:21). Allí la justicia divina fue satisfecha y el Señor pudo decir: «Consumado es» (Juan 19:30). Así acabó la perfecta obra de expiación con un grito de victoria del Señor, quien tuvo que gustar la muerte (Lucas 23:46). El gran silencio, el aislamiento, el abandono, los ultrajes y el juicio pasaron por sobre el salvador. Sí Cristo murió por sus criaturas; no obstante, resucitó al tercer día tras haber vencido a la muerte y al que tenía el imperio de la muerte (Hebreos 2:14).


Hoy en día todos los creyentes podemos decir con plena certeza: ¡Esto es lo que Jesús sufrió por mí! ¿Puede usted decir lo mismo?


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