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Lo que hizo Dios vs lo que hicimos nosotros



Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lucas 23:34)


Al tercer día, Dios creó los árboles y las plantas, y vio que era bueno (Génesis 1:1–12). Nosotros tomamos la madera que él creó y la hicimos una cruz en donde clavamos a su Hijo.


Dice en Génesis 3:21 que Dios cubrió la desnudez de Adán y Eva con túnicas de piel. Nosotros desnudamos al Señor Jesús con el fin de escarnecerle vistiéndole de escarlata para mofarnos de Él (Mateo 27:28).


Dice en Génesis 1:30 que Dios creó a toda carne para nuestro sustento. ¿Qué hicimos nosotros? Con la piel y huesos de animales hicimos un látigo llamado flagelum con el cual surcamos sus espaldas (Salmos 129:3).


En Job 28:2, dice que «el hierro se saca del polvo, y de la piedra se funde cobre». Y nosotros, en vez de usar esos metales para el bien, los fundimos para hacer los clavos que atravesaron sus manos y sus pies, así como la lanza que traspasó su costado.


Salmos 8:5, dice: «Le coronaste de gloria y de honra». Mientras que nosotros tomamos el fruto de la maldición debida al pecado, es decir, los espinos que la tierra produjo (Génesis 3:18) e hicimos una corona de espinas que pusimos sobre su cabeza. En otras palabras, le coronamos con nuestra maldición.


Los seres humanos, tomamos la creación de Dios y la tergiversamos para usarla en contra de aquel que vino desde el cielo para tomar nuestro lugar en la cruz. Y mientras Dios nos mostraba —a través de su Hijo Jesucristo— su amor, misericordia y perdón, nosotros le mostrábamos nuestro odio, desprecio y burlas.


Mis hermanos, nuestro Señor, tomó nuestro lugar, siendo Él completamente inocente. Nosotros merecemos: la condenación, la ira de Dios y el castigo debido a nuestros pecados. Estas son razones más que suficientes para adorar al Señor, bendecir su nombre y expresarle toda nuestra gratitud, y decir como el apóstol Pablo:


Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. (1 Timoteo 1:17)


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