
Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, fue a su encuentro, pero María se quedó sentada en casa. Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Aun ahora, yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le contestó: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? Ella le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene al mundo. (Juan 11.20–27 LBLA)
Lázaro, hermano de Marta y María, llevaba cuatro días muerto y el Señor Jesús iba camino a resucitarlo. Este se quedó fuera de la aldea y Marta salió a su encuentro.
En este relato vemos como el Señor le dice claramente a Marta que su hermano va a resucitar, pero ella no logra entenderlo (ni creerlo) del todo, pues piensa en la resurrección del día final, no obstante, el Señor le estaba hablando de que su hermano resucitaría ese mismo día. Es extraño que ella misma diga: “yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”; aunque no lo creía verdaderamente. Luego que el Señor le da la revelación de quién es Él, le pregunta si ella cree, a lo cual Marta responde afirmativamente. Sin embargo, ella aún no creía en el Señor, porque su Palabra nos dice lo siguiente:
Jesús dijo: Quitad la piedra. Marta, hermana del que había muerto, le dijo: Señor, ya hiede, porque hace cuatro días que murió. Jesús le dijo: ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? (Juan 11.39–40 LBLA)
Acá vemos que cuando el Señor mandó a quitar la piedra, aquella que había dicho que creía, una vez más, demostró que no era así. ¿Y acaso no somos nosotros iguales a Marta? Cuántas veces le decimos a Dios en oración que le creemos, que ahora sí estamos plenamente convencidos y que nadie nos podrá mover de lo que creemos, pero no pasan ni cinco minutos y ya estamos echando pie atrás. Por eso el mandato de Dios es que creamos como lo hace un niño:
Les digo la verdad, el que no reciba el reino de Dios como un niño nunca entrará en él. (Lucas 18.17 NTV)
¿Por qué Dios nos demanda algo así? Sencillo, porque, por ejemplo, si una mamá le dice a su hijo pequeño que el cielo es azul porque Dios lo pintó de ese color con un pincel y acuarelas, primeramente, ese niño no va a poner en duda lo que su mamá le dijo, sino que lo va a creer a pie juntillas. En segundo lugar, no importa que le digan los demás, a él nadie le hará cambiar de su modo de pensar, porque su mamá le dijo que era así y así es, pues él le cree verdaderamente a su mamá.
Esta es la forma que Dios espera que le creamos. Pero nosotros, al igual que Marta, somos duros de corazón para creer y, como creyentes, no podemos -ni debemos- ser de esta manera, porque los incrédulos serán condenados al lago de fuego:
Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. (Apocalipsis 21.8 LBLA)
Por lo tanto, hermanos, no sigamos el ejemplo de Marta y pidámosle a Dios que nos dé un corazón como el de un niño para poder creerle todo lo que Él nos dice en su Palabra, ya que de esta forma le estaremos honrando.
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