Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. (1 Juan 5:11–12 RVR60)
Al final de una predicación un joven se acercó al predicador, y le dijo: —Usted tiene razón, debo convertirme a Jesucristo… Lo haré, pero no enseguida, porque todavía quiero vivir un poco más la vida. El predicador le respondió: —¿Solo un poco? ¡Qué falta de ambición, querido amigo! ¡Acuda a Jesús y tendrá vida eterna!
Quizás usted que está leyendo estas líneas ha oído del evangelio, y probablemente sienta el peso de sus pecados , así como la necesidad de arrepentirse y aceptar el perdón que le ofrece Dios. Pero quizás, teme que tal decisión lo comprometa a llevar una vida de ermitaño, triste y sin gozo. Permítame decirle que usted se equivoca, o más bien, Satanás (en enemigo de su alma), trata de impedir que usted de aquel paso de fe, a través de tales pensamientos, de cómo será su vida una vez reciba el perdón que le ofrece Jesús.
Seguramente, el diablo intenta reternerle tentándole con los placeres pasajeros de este mundo, los que a menudo tienen un sabor amargo, al final. Sin importar lo que le esté susurrando al oído, no le crea, pues él «es mentiroso, y padre de mentira; porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla» (Juan 8:44). Mejor deténgase y escuche la voz de Dios que le dice: «Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?» (Marcos 8:36). Porque, ¿sabe usted el día en que ha de morir? Ninguno de nosotros lo sabe; y el problema es que si deja pasar el tiempo, podría partir de este mundo sin haber arreglado cuentas con Dios.
Porque su Palabra dice que quien no ha recibido la salvación de Dios, «está muerto en sus delitos y pecados» (Efesios 2:1). Así que, no tarde y crea en el Señor Jesucristo; ya que de esa forma podrá aprovechar «las abundantes riquezas de su gracia» y andar «en vida nueva» (Romanos 6:4).
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