Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. (Salmos 63.1–2)
Muchos de nosotros le dejamos las sobras a Dios y no le damos las primicias. ¿A qué me refiero? A que muchos de nosotros no estamos dispuestos a sacrificar una hora de sueño para levantarnos más temprano a adorar a Dios en oración y a leer las escrituras, es decir, buscando honrarle como primera cosa del día, sino que, por lo general, momentos antes de acostarnos hacemos una oración corta y solo a veces leemos las escrituras.
Es triste pensar que a nuestros trabajos acudimos incluso estando con gripe, adoloridos, faltos de sueño e incluso a veces hasta con fiebre; lo mismo las dueñas de casa, pues aunque se estén “muriendo” se levantan a hacer las cosas de casa; sin embargo, para las cosas de Dios no hacemos el más mínimo esfuerzo, sino que si nos quedan energías, hacemos algo para él. Es decir que, priorizamos por dar un buen testimonio para el mundo, pero a Dios le dejamos lo que nos sobra, si es que.
Mis hermanos, nuestro Señor dejó su trono, su corona e incluso su vida en la cruz por nosotros (Filipenses 2:5-8) ¿Y nosotros qué le damos a Él? Para Dios somos primicias (Santiago 1.18), o sea, somos lo primero para él, no obstante, nosotros le estamos dando únicamente lo que nos sobra.
Cuando Dios le dio sus leyes al pueblo de Israel, les dijo que de la tierra que les daría debían dar el primer fruto para Él, lo mismo con los animales y así como con los primogénitos del pueblo de Israel (Éxodo 13:11-13; 22:29; Números 3:13; 10:35-37) pero hoy en día, su pueblo espiritual, al igual que el pueblo de Israel, solo le lleva lo que se tira a la basura, lo añejo, lo que nos sobró y no las primicias de nuestra vida. Seguro mas de alguno estará pensando que ya no vivimos en la ley, sino que estamos en la gracia, pero lo que Dios no ha cambiado (Malaquías 3:6), pues su Palabra dice:
Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. (Hebreos 13.8)
Por lo tanto, nuestro Dios sigue esperando lo mismo de nosotros, que somos sus hijos, es decir, las primicias de lo que tenemos. En otras palabras, las primicias de nuestro tiempo, de nuestra oración, de nuestras energías, etc.
Entonces, hermanos, ¿le seguiremos dando las sobras de nuestro tiempo, energías y vidas o le daremos las primicias de todo a nuestro Cristo? Decidamos en nuestros corazones honrar a Dios de la manera que él se agrada y no de la manera que nosotros pensamos que debe hacerse.
El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios. (Salmos 50.23)
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