Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. (Marcos 16:15)
Mis hermanos, ¿cuán obediente estamos siendo a este mandamiento de nuestro Dios? ¿Estamos dando testimonio de nuestra fe a otros?
A lo que apunto es que muchas veces, nos quedamos satisfechos con ir a la predicación en la iglesia local y no nos preocupamos de salir a buscar a las almas. Si nos damos cuenta, el versículo del encabezado no dice: «que solo los pastores, ancianos, obispos, diáconos, etc. vayan y prediquen el evangelio a toda criatura, mientras los demás oyen tranquilamente» ¡No! Este es un mandato para cada uno de los que hemos recibido la Salvación del Hijo de Dios.
Como creyentes en Dios nos estamos volviendo excluyentes y exclusivistas. La cristiandad de hoy se volvió una especie de club social exclusivo y no un ejército de pescadores de hombres para Dios. Estamos muy cómodos en nuestras iglesias, esperando a que los perdidos lleguen solos a nuestras congregaciones. Y qué hablar de hoy en día, donde muchos sienten hasta vergüenza de compartir un mensaje del evangelio entre sus compañeros de estudio o trabajo, conocidos y familiares.
Hermanos, ¿qué estamos haciendo para atraer inconversos a los pies de Cristo? ¿Le hablamos de Dios a nuestros compañeros de estudio o trabajo? ¿Hablamos de Cristo con nuestros vecinos? ¿Saben los que nos rodean siquiera que somos cristianos?
Mis hermanos, no le demos la espalda al mundo perdido, porque cada persona, cada alma, tiene un valor incalculable, la de la vida de Dios mismo. Y ciertamente, el deseo de nuestro Señor es que ninguno se pierda, de ahí que sea tan importante predicar siempre.
El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (2 Pedro 3:9)
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