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  • Foto del escritorCristian Vidal S.

Las Bienaventuranzas (primera parte)



Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5.3 RVR60)

En esta, la primera bienaventuranza, llama la atención esta declaración de Jesús registrada por el evangelista Mateo, pues, ¿quién quiere ser pobre? O mas bien, ¿reconocer su pobreza?


Desde las ciencias sociales, se han creado estratos sociales para definir la condición económica o de vulnerabilidad de las personas (de caer en la pobreza) con respecto a una serie de factores objetivos y medibles. Pero la realidad resulta más cruda y a la vez sencilla: “se es pobre o no”, así de simple.


A la luz del texto bíblico podríamos definir a un pobre en espíritu como: Aquella persona que, desde su interior, reconoce su condición de necesidad y dependencia. Se es pobre en espíritu en la medida que se reconoce la necesidad espiritual. Y el texto nos dice que: “de ellos es el reino de los cielos”.


Tanto el reino de los cielos como el reino de Dios, se utilizan en los evangelios para aludir a la misma persona; ya que al igual que en todo oriente medio, a los reyes se les identificaba por su reino y dominio. Que maravilloso, pues, es para ellos el reino y dominio de Dios, para quienes reconocen su necesidad y desean entrar en una relación de dependencia con el Señor en Cristo.


No obstante, ¿somos los cristianos pobres en espíritu?


Nótese que Jesús dirige sus bienaventuranzas tanto a la multitud asistente como a sus discípulos reunidos a su lado. Y él dijo que la pobreza espiritual es una condición para la ciudadanía en el reino de Dios. Por décadas, los medios de comunicación “cristianos” nos han bombardeado con la publicidad de ministros, músicos y evangelistas, vendidos a nosotros como modelos terminados, como “estatuas de mármol” en el memorial de los justos; esto ha dañado terriblemente la madurez y el testimonio de la iglesia, pues presenta estándares irreales a los inconversos para acercarse al Señor. Por no mencionar los trastornos de crecimiento en miles de cristianos conversos.


Cuarenta días y cuarenta noches de ayuno y oración, predicó alguien como algo que como creyentes debemos imitar, como prueba de devoción. Otros han dicho que tenemos que subir al monte Everest y orar por el mundo; lanzando aceite, dijo otra persona. Sin embargo el apóstol Pablo, dijo lo siguiente:


Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12.9 RVR60)

Si este “gigante” de la fe, confiesa su debilidad y Jesús nos invita a ser pobres en espíritu, escuchemos, entonces, la predicación de nuestro Señor, sigamos el ejemplo de Pablo y deshagámonos de toda falsa piedad y mentira que nos ponga en otra posición que no sea esta, es decir, de necesitados y dependientes, para así poder ser considerados por Dios como ciudadanos del reino de los cielos.


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